La música de las esferas

© Francis López

Transgrediendo los límites del arte: música para ser vista

Las dos obras que integran este concierto pertenecen a épocas, autores y tendencias bien distintas. La primera, a cuyo estreno absoluto asistimos hoy, ha sido concebida por Iluminada Pérez Frutos, una compositora representativa de las últimas tendencias creativas, que cuenta entre sus logros el haber investigado en las relaciones entre la música y los sentidos, con particular atención a lo visual y lo olfativo. La segunda, en cambio, fue concebida hace más de cien años por Manuel de Falla y representa un hito en la historia de la danza y la música occidental. Su configuración de «lo español» ha sido clave para articular esa ansiada identidad nacional, integrada en el discurso universal.

Sin embargo, ambas obras tienen algo en común: las dos han retado los medios tradicionales de expresión, indagando en la unión entre las artes. I suoni dei corpi celesti es una composición sinfónico visual, un género híbrido que plantea nuevas formas de escucha, en las que se combina la audición con las imágenes en 3D. Por su parte, El sombrero de tres picos es un ballet interdisciplinar que aúna la coreografía, la literatura, el lenguaje musical, la escenografía y el figurinismo, y en el que se entrecruzan conceptos como la construcción del estereotipo, la identidad nacional, lo auténtico, lo popular y la suma entre tradición y vanguardia. Profundicemos a continuación en ambas propuestas, tomando las palabras de la propia autora para la primera de ellas.


Iluminada Pérez Frutos. I suoni dei corpi celesti

«I Suoni Dei Corpi Celesti»
«El soplo del viento adora el sonido»     

Pitágoras

Todo concierto que incluye un estreno mundial tiene un extra de valor histórico, por ello es de justicia comenzar este comentario con la mención de esta obra, «I Suoni dei Corpi Celesti», surgida como encargo de la Orquesta Ciudad de Granada y la Fundación Sgae.

Con la frase de Pitágoras abrimos las puertas hacia un nuevo planteamiento de concierto, donde la percepción de los sentidos y la figuración de los planetas son elementos que definen el pensamiento compositivo de esta obra. Con esta nueva apreciación sensitiva se pretende enlazar colores y música bajo la mirada atenta de unas imágenes, en un intento de adentrarse en el mundo de los sentimientos y emociones del espectador, planteándoselo como un concierto sinestésico.

A través de la música y utilizando los sentidos, nace una obra multidisciplinar conformada a partir de investigaciones sinestésicas (sensación o apreciación de un estímulo aplicado sobre un sentido y percibido a través de otro sentido diferente.), que ya esbocé en mi tesis doctoral, para adentrarse en un viaje imaginario y llegar a descubrir la sonoridad de los seis planetas propuestos por Kepler, en afelio, vinculados a sus diferentes colores, a través de una propuesta visual, que nos sugieren un auténtico cruce de referencias sensoriales, la remisión del sentido de lo sonoro al universo visual de los planetas, siendo una evocación de la antigua teoría de origen pitagórico, cuyas creencias mantenían al sol como un planeta. (Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Saturno y el Sol).
«La armonía de las esferas» basada en la idea de que el universo está gobernado según proporciones numéricas armoniosas y que los sonidos que producía cada esfera se combinaban con los sonidos de las demás creando una sincronía sonora especial llamada «música de las esferas» que más tarde, en el siglo XVII, el astrónomo alemán Kepler desarrolló en su libro Harmonices Mundi (1690) donde además postuló que las velocidades angulares de cada planeta producían sonidos consonantes.

Asumida esta creencia, escribió seis melodías; cada una correspondía a un planeta diferente. Representó la velocidad angular de cada astro en un pentagrama musical. La nota más baja correspondía al caso más alejado del sol y la más alta al más cercano y la relación entre los pares de velocidades angulares es muy cercana a la que define estos intervalos musicales. Kepler llegó a considerar, como muchos otros antes que él, que los planetas al moverse en el aire producirían un sonido, al igual que lo hacían las cuerdas de un instrumento musical al ser movidas por el viento y este sonido sería armonioso.
Francis López se encargará de desarrollar la parte visual a través de video proyecciones creadas a partir de la interpretación individual de cada pieza musical. Planetas, estrellas, nebulosas y atmósferas espaciales acompañarán cada nota en perfecta sincronía. El uso además de recursos y efectos visuales reactivos, conseguirán en el espectador una bella experiencia multisensorial difícil de olvidar.
Así pues, mi objetivo ha sido y será ampliar la música a todo el universo de sentidos y emociones.

Iluminada Pérez Frutos


Manuel de Falla. El sombrero de tres picos, ballet

El sombrero de tres picos es un ballet que se inserta en el movimiento de renovación de la escena española producido en las primeras décadas del siglo xx. El proceso creativo se inició en 1916, cuando Manuel de Falla y el matrimonio de dramaturgos integrado por María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra se embarcaron en la creación de una pantomima titulada El corregidor y la molinera. Estando inmersos en la génesis de esta obra, actuó por primera vez en España la célebre compañía de Ballets Russes, invitada por Alfonso XIII y en presencia de la Familia Real. Con este motivo, Falla reestableció relaciones con personalidades tan influyentes como Serguei Diaghilev (director de la compañía), Leónide Massine (coreógrafo y primer bailarín) e Igor Stravinsky, que se había sumado a la comitiva para dirigir algunas de sus obras. Tras escuchar algunos fragmentos de El corregidor y la molinera, Diaghilev propuso a Falla transformar la pantomima en ballet, a fin de integrarla en su repertorio. De ahí surgió El sombrero de tres picos, como segunda versión de la obra, en cuya adaptación anduvo ocupado Falla hasta su estreno en 1919.

Literariamente, la obra es fruto de una reelaboración en cadena: está basado en el romance popular del «Molinero de Alarcos», transformado en novela por el escritor del siglo xix Pedro Antonio de Alarcón y llevado a escena por María Lejárraga –aunque, como era habitual, fue presentado al público con la firma de su esposo Gregorio Martínez Sierra–. Tanto Falla como Lejárraga realizaron un proceso de esencialización de la trama: en la obra se narra una divertida historia de enredo entre una pareja de molineros y el Corregidor que, aprovechando su autoridad, intenta a toda costa seducir a la Molinera, lo que lleva a su esposo, convencido de la traición, a planear su venganza con la Corregidora.

Musicalmente, El sombrero de tres picos supone un paso adelante en la trayectoria de Falla por la diversificación de las fuentes populares que contiene. Como en sus anteriores obras, la acción transcurre en Andalucía, pero Falla mira ahora hacia diferentes zonas geográficas y escoge material melódico de otras regiones, como la jota (que identifica a la Molinera por su origen navarro) o la canción murciana «El paño moruno» (ya empleada en sus Siete canciones populares españolas, y que en este caso sirve para caracterizar al Molinero, natural de Murcia). Además, el compositor multiplica la cita de melodías populares auténticas, introducidas con un carácter fuertemente humorístico («[...] he hecho cortas pero frecuentes citas de coplillas del pueblo cuya intención sólo un español puede comprender», reconocía el músico en 1939). Junto a las fuentes populares –que en su momento los espectadores identificaron sin problema, aunque hoy pasan desapercibidas para la mayor parte de la audiencia–, Falla recurrió también a diversos fragmentos de la tradición culta, introducidos con la misma función humorística. Así, el motivo inicial de la Quinta Sinfonía de Beethoven, conocido como la «llamada del destino», es usado para marcar el toque de los alguaciles a la puerta del molino, adonde acuden para detener al Molinero.

El 15 de junio de 1919 Falla estaba ya en Londres para supervisar los ensayos, con los treinta y dos pares de castañuelas que Diaghilev le había encargado –«doce pares de castañuelas grandes de primera calidad y veinte pares especiales para jota»–. El estreno, a cargo de los Ballets Russes, tuvo lugar el 22 de julio de 1919 en el Teatro Alhambra de Londres, bajo la dirección de Ernest Ansermet. La coreografía fue obra de Massine, mientras que Picasso se encargó del vestuario, el decorado y el telón de boca. Pero Falla no pudo asistir a la primera representación de su obra. La misma tarde del día 22, unas horas antes de que se iniciara la función, recibió un telegrama de su hermana María del Carmen anunciándole que su madre estaba gravemente enferma. Desafortunadamente, el músico no llegó a tiempo para despedirse de su madre, pero al menos tuvo la satisfacción profesional de recibir el siguiente telegrama de Diaghilev, mediante el que le informaba del enorme éxito cosechado con la representación de El sombrero de tres picos: «Triunfo de público y prensa, enorme interés artístico, salas llenas. Enhorabuena, saludos. Dénos noticias suyas». El potencial dancístico, la exuberante orquestación de corte francés y la fusión entre lo popular y la vanguardia hicieron de esta obra un referente ineludible, así como un paso esencial para la irrupción de la modernidad en España.


Elena Torres Clemente

 

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