Las 7 Palabras de Cristo en la Cruz

Introducción

Allá por la primavera del año 30, Jesús de Nazaret, de unos 35 años, subió en peregrinación a Jerusalén a celebrar la gran fiesta de la Pascua como hacían cada año muchísimos judíos. Su mensaje, predicado sobre todo por las aldeas de Galilea ya no había sido recibido con simpatía por los dirigentes religiosos. Contra la pretensión judía de superioridad racista, contra la hipocresía farisea, contra la religiosidad puritana, contra el machismo, Jesús predicaba a un Dios padre misericordioso acogedor de todas las personas.

Llegando a Jerusalén dos hechos acabaron de irritar a las máximas autoridades, las del templo y las romanas. Así como muchos grupos de peregrinos entraban en la ciudad manifestando euforia, los seguidores de Jesús también lo hicieron, pero aclamándole mientras él hacía su entrada montado en un burro. Este gesto indicaba una especie de realeza muy distinta al régimen opresor de los generales romanos, con sus entradas triunfales, montados en sus caballos. Al cabo de pocos días, Jesús llegó al templo y se puso a echar a quienes compraban y venían y volcó las mesas de los cambistas y las puestos de los vendedores. Esto ya fue demasiado: protestar contra una situación que beneficiaba a la aristocracia sacerdotal y crear inquietud a las autoridades romanas. Estaba claro que ese personaje peligroso debía ser eliminado.

El caso es que hubo una acusación por parte de las autoridades judías y el gobernador Poncio Pilato condenó a Jesús a morir en cruz, suplicio cruel y de máximo desprestigio, una lenta tortura que solía ir acompañada de humillaciones y precedida, como en el caso de Jesús, por una flagelación tan brutal que incluso podía llegar a causar la muerte del condenado.

Las tradiciones de los primeros cristianos reflejadas en los cuatro textos evangélicos, ponen en boca de Jesús crucificado unas frases que el compositor Joseph Haydn ilustró musicalmente, haciendo surgir los temas de las palabras de su traducción latina.


“Sonata” 1

Jesús había predicado: “Amad a vuestros enemigos, rogad por quienes os persiguen. Así sereis verdaderos  hijos de vuestro Padre, que está en los cielos y hace salir el sol sobre los buenos y los malos... Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre”.
En coherencia con esta doctrina, las primeras palabras que el evangelio de Lucas pone en boca de Jesús crucificado es esta oración de perdón para sus verdugos:

“Padre, perdónalos, por que no saben lo que hacen.”

Pa-ter, Pa-ter, dimitte illis, quia nesciunt quid faciunt.


“Sonata” 2


La pieza musical que escucharemos a continuación versa sobre otra cita del evangelio de Lucas. Jesús fue ejecutado junto a otros condenados, siguiendo una práctica habitual. No sabemos si estos otros condenados eran delincuentes comunes o bandoleros antirromanos. Sea como fuere, Lucas presenta una actitud muy diferente de los dos malhechores colgados. Uno de ellos se unía a la burla de autoridades y soldados diciendo: “¿No eres el mesías, tú?, pues sálvate, y sálvanos a nosotros”. En cambio el otro le increpaba y le decía: “¿Es que no tienes temor a Dios, ni ahora que sufres la misma pena? Y eso que para nosotros es justa, porque pagamos por lo que hemos hecho, mientras que éste no ha cometido ningún delito”, y añadió: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.” Jesús le dijo:

“Créeme, hoy mismo estarás a mi lado, en el paraíso.”

Hodie me-cum, hodie mecum eris in para-diso


“Sonata” 3

Los cuatro evangelistas coinciden en reseñar la presencia en el lugar de la crucifixión, de unas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, entre las que no podía faltar su mejor amiga, María Magdalena. En el evangelio de Juan nos aparece también la presencia de la misma madre de Jesús y del discípulo "que él amaba", aquél que, durante la última cena, había preguntado a Jesús quién era el traidor. Juan escribe que Jesús, cuando vio a la madre y, a su lado este discípulo, dijo a la madre: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”, y a continuación dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”; y desde ese momento el discípulo la acogió en su casa. De este texto se extrae la tercera frase ilustrada musicalmente:

“Mujer, aquí tienes a tu hijo.”

Mulier, ecce fili-us tuus


“Sonata” 4

Entre los 150 poemas que forman el libro de los salmos de la Biblia hebrea encontramos junto a cantos de alabanza y de poemas didácticos, plegarias nacidas de una situación de necesidad, como la del salmo 22 que consta de una primera parte de súplica y una segunda de acción de gracias. Este salmo 22 comienza así:


Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
No vienes a salvarme,
no te llega mi clamor.
Grito de día y no me respondes, Dios mío;
grito de noche, sin reposo.

Y más adelante dice:

Me han atado las manos y los pies,
puedo contar todos mis huesos.
Me miran, me contemplan satisfechos;
se reparten entre ellos mis trajes,
se juegan a los dados mi ropa.

Los primeros cristianos no podían olvidar que Jesús había muerto lanzando un gran grito y, según los evangelios de Marcos y  Mateo, las palabras que acompañaron a este grito fueron precisamente las del comienzo de este salmo 22. Marcos tiene interés en citarlas en arameo, la lengua materna de Jesús, antes de ofrecer su traducción. Escribe: Y a las tres de la tarde, Jesús gritó con toda su fuerza:

“Eloí, Eloí, ¿lemán sabactanio?”, que significa:

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Deus me-us, Deus me-us, ut quid dereliquisti me?


“Sonata” 5

La palabra que oiremos a continuación ilustrada musicalmente, es decir “Tengo sed”, recuerda un fragmento del salmo 69 que dice: “He esperado en vano a quien me compadezca, no encuentro a nadie que me consuele. Me echan hiel a la comida; cuando tengo sed, me hacen beber vinagre”. Alguien ofreció a Jesús, en plena agonía, un vino avinagrado, una bebida que tomaban los mismos soldados para recobrar fuerzas. Este gesto posiblemente no fue de compasión sino de burla, para que aguantara un poco más por si venía Elías y lo bajaba de la cruz, ya que algunos de los presentes, al oír que Jesús llamaba “Eloí, Eloí” (Dios mío, Dios mío ), decían: “Mirad cómo llama  a Elías”. Según el evangelio de Juan, Jesús, después de que hubiera dicho al discípulo “Aquí tienes a tu madre”, dijo todavía:

"Tengo sed".

Sitio


“Sonata” 6

El evangelista Juan inicia el relato de la última cena diciendo que Jesús sabía que le había llegado la hora de salir de este mundo e ir al Padre, y hablando de los hechos de Getsemaní, hace decir a Jesús, dirigiéndose a Pedro: “Vuelve a envainar la espada; ¿es que no tengo que beber la copa que me presenta el Padre?” Este mismo evangelista ve en la muerte de Jesús la culminación de su amor y de su fidelidad. Por eso, inmediatamente antes de escribir que inclinó la cabeza y soltó el espíritu, explica: Había allí un jarrón lleno de vinagre: empaparon, pues, una esponja en el vinagre, la pusieron en una caña y se lo acercaron a la boca. Y Jesús, apenas tomó el vinagre, dijo:

"Ya está todo hecho"

Consummatum este


“Sonata” 7

Para terminar el recorrido de las siete palabras, volvemos al evangelio de donde han surgido las dos primeras, el de Lucas, quien, en lugar de citar la oración del salmo 22, la expresión de angustia y de abandono que hemos encontrado  en Marcos y Mateo, cita otra del salmo 31 que es una expresión de confianza, la cual queda recalcada por la invocación de “Padre” (invocación que, en cambio, en la versión latina que utiliza Haydn aparece como "Señor" (Domine en lugar de Pater)). Éste es pues el texto de Lucas: Era ya hacia el mediodía cuando se extendió por toda la tierra una oscuridad que duró hasta las tres de la tarde: el sol se había escondido... Jesús gritó con toda la fuerza:

"Padre, confío mi espíritu en tus manos"

In manus tuas, Domine, commendo spi-ritum me-um


El terremoto


A la muerte de Jesús, entendida como el eje de la historia y el punto de ruptura definitiva con la pretensión judía de ser un pueblo más sagrado que los demás, Marcos, Mateo y Lucas asocian el hecho extraordinario de partirse de por medio la cortina del santuario del templo de Jerusalén y el reconocimiento de quien era Jesús por parte de los soldados romanos, como primicia de la conversión de los “paganos”. Mateo incluso asocia unos prodigios apocalípticos, como si se tratara de una anticipación del fin del mundo. Escribe:

En ese mismo momento, la cortina del santuario se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y se rompieron las rocas; y se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que reposaban resucitaron, salieron de los sepulcros y tras la resurrección de Jesús entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus soldados de guardia se asustaron muchísimo al ver el terremoto y todo lo ocurrido y decían: “Es verdad: éste era Hijo de Dios.”

 

Ramón Tomás

 

En el presente VÍDEO el prestigioso Cuarteto Casals nos relata algunas de las claves de su acercamiento e interpretación de la preciada obra de Haydn, Las 7 palabras de Cristo en la Cruz.

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