Notas al programa: De aquel inmenso mar

“Salió aquella nao del río de Sevilla y dio una vuelta al pomo o redondez del mundo e anduvo todo lo que el sol anda, (…) yendo por poniente y tornando por levante; e volvió a la misma Sevilla, (…)”
Gonzalo Fernández de Oviedo
Historia general y natural de las Indias, islas y tierra-firme del mar océano (1535-1557)

La expedición de Magallanes y Elcano llevó a cabo la primera vuelta al mundo entre 1519 y 1522, año este último en que Elcano y otros diecisiete supervivientes volvieron a recalar en la costa gaditana de Sanlúcar de Barrameda y en los muelles de Sevilla con la nao Victoria, una de las cinco que habían emprendido el viaje, demostrando así de manera fehaciente la esfericidad de la tierra. A través de tres océanos y tocando cuatro continentes, en un mismo periplo navegando en la misma dirección que el sol habían recorrido la ruta española (de Europa a América por el Atlántico y de allí a Extremo Oriente cruzando el Pacífico hasta Filipinas) y la ruta portuguesa (vuelta de Asia a través del Índico hasta alcanzar de nuevo el Atlántico tras rebasar el cabo de Buena Esperanza en el extremo meridional de África, remontando después hasta Cabo Verde y la península).
En el trayecto de ida, tras alcanzar América a la altura de Río de Janeiro, fueron costeando hacia el sur, pasando por Montevideo y el Río de la Plata. Tras invernar en Puerto San Julián, descubrieron en el extremo austral del continente el estrecho hoy llamado de Magallanes, que atravesaron con enormes dificultades hasta acceder al Mar del Sur, que rebautizaron como Pacífico. Acometieron entonces la primera travesía de ese océano hasta alcanzar la isla de los Ladrones (actualmente Guam) y más allá las islas Filipinas, donde Fernando de Magallanes pereció en una escaramuza. Finalmente Sebastián Elcano, tras cargar especias en las Molucas, logró emprender la vuelta hasta culminar la hazaña prosiguiendo viaje de tapadillo por la ruta portuguesa.

Con ocasión del V centenario de aquella gesta, La Folía presenta una selección musical relacionada con diversos lugares y avatares de esas rutas, exploradas inicialmente por los países ibéricos y luego transitadas por otras naciones europeas:
Se abre nuestro programa con una versión de “Hanacpachap cussicuinin”, himno mariano en quechua que constituye la primera pieza polifónica conservada impresa en América, y prosigue con la cantada “De aquel inmenso mar” que da título al programa, obra del italiano emigrado a Perú Roque Ceruti, que fue maestro de capilla de las catedrales de Trujillo y Lima.

A continuación, dos bloques de piezas portuguesas: un “tarambote” (término equivalente a “canzona”) procedente del monasterio de Santa Cruz de Coímbra y tres minuetos publicados en Londres por Avondano, violinista de la Real Cámara y director de la Assembleia das Nações Estrangeiras de Lisboa, donde a menudo sonaban estas piezas.
André Cardinal Destouches viajó con su preceptor jesuita Guy Tachard en la embajada enviada en 1687 por Luis XIV al rey Narai de Siam (la actual Tailandia). Está aquí representado por dos piezas “puestas a lo divino” en un manuscrito que era utilizado en el convento de las Ursulinas de Nueva Orleans a mediados del siglo XVIII. Domenico Zipoli llevó a cabo una exitosa carrera musical en Roma antes de profesar en la Compañía de Jesús y viajar a través de Sevilla a Argentina, donde fue autor de abundante repertorio para uso de las misiones de la provincia jesuítica del Paraguay.
Su motete In hoc mundo adopta el modelo de cantata napolitana con alternancia de recitativos y arias que se internacionalizó en la época, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.
Del madrileño Santiago de Murcia se dice que pudo emigrar a México tras ser profesor de guitarra de la primera esposa de Felipe V.
En todo caso, sus zarambeques y cumbés reflejan influencias guineanas presentes en el Nuevo Continente a través de la población afroamericana.
Teodorico Pedrini viajó a China por la ruta española en un largo y accidentado viaje que duró ocho años (naufragó en cabo Hornos y vivió en Chile y Perú antes de reembarcar en Acapulco), respondiendo a una petición al papa del emperador chino Kangxi para contar con un experto en música occidental, y residió 35 años en Pekín, donde compuso estas sonatas que allí se conservan.
El capitán de la Compañía Inglesa de Indias Thomas Forrest solía tocar con flauta y violín minuetos con el sultán de Mindanao y en 1784 adaptó a una corrente del opus 4 de Corelli la letra de la canción malaya “Angin be dingin” [“La brisa es fresca”] para ser cantada para el sultán de Aceh, en el norte de Sumatra.
La vida del longevo Antonio de Salazar transcurrió en su natal Nueva España, donde fue maestro de capilla de las catedrales de Puebla y Ciudad de México y desarrolló una importante labor compositiva y docente. Las piezas llamadas “negros” o “guineos” era villancicos que empleaban modismos lingüísticos de la raza afroamericana, que muy pronto pasó a ser un componente étnico y social relevante en el nuevo continente.
El obispo Martínez Compañón mandó recopilar en diez volúmenes las costumbres de su diócesis de Trujillo en Perú, incluidas una serie de partituras de entre las que podemos escuchar una tonada “del Chimo” que habla de Jesucristo en lengua mochica y la tonada “El Congo” cuya letra refleja el drama del traslado forzoso de esclavos a América (“A la mar me llevan sin tener razón, dejando a mi madre de mi corazón…”).

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