Del mar y otros mundos

Desde que en la primavera de 1291 los hermanos Ugolino y Guido Vivaldi zarparan de Génova con la intención de encontrar una nueva ruta marina hacia la India (y se perdieran en el intento), hasta que el 8 de septiembre de 1522 la nao Victoria entrara en Sevilla tras su odisea alrededor del globo terráqueo, el mundo cambió radicalmente. En buena medida, por ese afán tan humano del descubrimiento, de romper límites, de ir siempre un poco más allá. Los navegantes habrían de transformar profundamente la experiencia humana poniendo en contacto progresivamente a todas las civilizaciones de la Tierra entre sí.

Este programa se acerca a música del siglo XVIII, cuando la era de los descubrimientos aún no se había agotado y los europeos seguían sorprendiéndose con las maravillas exóticas que les llegaban de otros mundos.

Antonio Vivaldi no tiene nada que ver con los aventureros genoveses del siglo XIII, pero en su música usó a veces los recursos del descriptivismo, que eran mucho más habituales en las tradiciones francesa o alemana que en la italiana. Así que cuando en 1725 el veneciano publica en Ámsterdam los doce conciertos para violín de su Op.8, la música descriptiva era en Italia auténtica música de vanguardia. Esa colección incluye las cuatro piezas más famosas del músico (sus celebérrimas "Cuatro estaciones"), pero también tres obras más con pretensiones descriptivas, entre ellas "La tempesta di mare", cuyo título exonera de mayores explicaciones.

Aunque estos conciertos mantienen la característica estructura en tres movimientos con la forma ritornello en los dos extremos (alternancia entre estribillos en el tutti y pasajes solistas con diversos acompañamientos), las necesidades descriptivas hacen estos elementos formales algo más flexibles. No así en el RV 208, que es un concerto ritornello bastante típico, del que se conservan cadencias propias de Vivaldi, y que refulge tanto en sus extensos Allegros como en el Grave central, un recitativo para violín y bajo de expresión exquisitamente melancólica. El título de Grosso Mogul es el que figura en uno de los manuscritos conservados de la obra, pero no es original de Vivaldi. Hace referencia a un mítico diamante que perteneció a una dinastía musulmana de la India, la del Gran Mogol. El sueño de la riqueza oriental se cruza aquí pues con la brillantez de la escritura vivaldiana para el violín.

Si la abstracta forma del concierto se ajustaba mal a los requerimientos de la música descriptiva, la libertad de las suites, que andando el tiempo admitían tanto danzas como piezas de carácter, facilitaba su adecuación a cualquier programa. Telemann, que escribió suites orquestales por centenares, lo sabía bien. Una de las virtudes del arte de Telemann fue el uso de recursos de todas las tradiciones musicales conocidas, lo que le permitió más de una vez darse un paseo por Las Naciones del mundo. Así en esta suite en la que tras la obertura a la francesa de partida (imprescindible, es la que marcaba la forma de la suite orquestal) y un par de minuetos, Telemann se dedica a recrear musicalmente los caracteres de turcos, suizos, rusos y portugueses hasta un final en el que cabe el humor (algo también habitual en el género) con el contraste entre Los cojos y Los corredores.

La suite de danzas fue practicada singularmente por los compositores franceses, que la hicieron suya a lo largo del siglo XVII. Cuando Lully desarrolla en la segunda mitad del siglo el estilo propio de la ópera francesa parte para ello del ballet. Por eso las óperas francesas están llenas de danzas, que eran susceptibles de agruparse formando suites. Rameau fue el gran renovador del arte de Lully a mediados del siglo XVIII, lo que consiguió fundamentalmente mediante el uso de nuevos recursos orquestales y un tratamiento armónico más denso y complejo. Hoy se escuchará una suite construida con temas extraídos de Las indias galantes, una de las obras teatrales más exitosas del compositor, opéra-ballet (género más ligero que el de la tragedia lírica) estrenada en 1735 con prólogo y tres entradas y a la que en 1736 Rameau añadiría una cuarta entrada que a la postre se convertiría en la más famosa (Les Sauvages). La obra trataba de recrear cuatro ambientes exóticos (Turquía, el Perú, Persia y la Luisiana) en una época en la que la cultura europea encontraba abundantes estímulos en lo que se consideraban extravagancias foráneas, que tendrían notable peso por ejemplo en el desarrollo del arte rococó.

El programa se completa con una Sonata a 5 de Albinoni, auténtico concierto sin solistas, germen de lo que en el futuro habría de ser una de los grandes hallazgos de la cultura musical europea del Clasicismo, el de la sinfonía. Pero esa es ya materia de otros navegantes, de otros mundos.


 

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