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Documento destacado mes de agosto, 2022

 

 

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Agosto 2022

Una escuela por amor al Arte

 

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Rafael Romero Barros con sus alumnos de la Escuela Provincial de Bellas Artes

 

Ya está disponible en @rchivaweb el inventario del archivo de la Escuela Provincial de Bellas Artes. En él se conservan los libros de actas, correspondencia, solicitudes de matrícula, calificaciones de alumnos, en resumen, la documentación generada por el centro en sus años de existencia.

 

Su consulta nos permite conocer porqué, cómo y cuándo nació, funcionó y se desarrolló esta escuela. Su corta trayectoria, no llegó a cuarenta años, no le resta importancia pues fue germen de instituciones que aún hoy perduran y semillero de talentos orgullo de la ciudad. En palabras del periodista Ricardo de Montis: “Fue un centro de enseñanza muy modesto, pero de los que más beneficios han proporcionado a Córdoba. Sosteníalo la Diputación provincial, mejor dicho, el celo, el amor al arte y a la clase obrera de unos meritísimos profesores mal retribuidos, que se sacrificaban para obtener óptimos frutos en su alta misión”.

 

La deliciosa Plaza del Potro cuyo silencio deja escuchar el sonido de su fuente no fue siempre un espacio tan apacible. En tiempos pasados rebosaba actividad al situarse junto a la vía principal que comunicaba Madrid y Sevilla. El centro económico giraba en torno al Ayuntamiento y la mayor arteria comercial era la vecina calle de La Feria. Entre 1865 y 1901 vivía momentos de auténtico bullicio a causa de los cientos de alumnos que entraban y salían de esta escuela donde se impartían enseñanzas de las Bellas Artes ubicada en el edificio del museo.

 

El convulso s. XIX dio paso al Nuevo Régimen y propició una nueva estructura administrativa. El Estado asume competencias hasta entonces ejercidas por otros estamentos y una de ellas es la Educación. Desde las instituciones provinciales, ya sean Gobiernos o Diputaciones se promueven y gestionan centros de enseñanza, como es el caso del que hoy nos ocupa. En este contexto, la Diputación de Córdoba propone al gobierno la creación de un Escuela de Bellas Artes. La iniciativa cristalizó en 1865, suponiendo una contribución del pensamiento romántico al desarrollo de la sociedad de la época. Su objeto es facilitar el acceso a la Educación de todas las clases sociales, beneficiando a las menos acomodadas.

 

Para acercarnos más a esta institución podemos leer el reglamento que se aprobó en 1871. Se trata de un opúsculo confeccionado en la Imprenta y Tipografía del Diario Córdoba, que tenía sus oficinas en la vecina calle de San Fernando. Cuando se edita, la entidad llevaba ya seis años funcionando. Hojeando sus amarillentas páginas la escuela vuelve a la vida revelándonos cómo era su día a día.

 

Nacida bajo la advocación de San Rafael, tuvo su sede en el local del hoy Museo de Bellas Artes. El edificio, antiguo Hospital de la Caridad, pasó a ser propiedad de la Diputación una vez desamortizado. Albergaba entonces el museo y biblioteca provinciales y la Real Academia. El espacio acogía pues a las principales instituciones culturales de la ciudad, por lo que no es de extrañar que esta nueva viniera a instalarse también allí.

 

El artículo 4º del reglamento especifica su finalidad: “La instrucción de todas las clases, facilitándoles por medio del dibujo y las otras enseñanzas, el aprendizaje y perfección de los oficios y artes a que se dediquen”. Un espíritu filantrópico impregna la institución. Muchos de sus profesores pertenecían a la Asociación de Obreros cordobeses “Caridad sin Límites” o a la Sociedad Económica Cordobesa de Amigos del País. Añadamos el dato de la gratuidad de la enseñanza pues se acordó que “los alumnos no satisfarán cantidad alguna por la matrícula, examen ni otro concepto”. Incluso se proporcionaba el material a aquellos que no podían costearlo como atestigua una partida del presupuesto del curso de 1896-97: “Objetos de dibujo para los pobres de solemnidad”.

 

Las materias impartidas están detalladas en el texto y ponen de manifiesto la exhaustividad y calidad del proyecto formativo del centro: geometría de dibujantes, dibujo de adorno, dibujo elemental, anatomía pictórica, estudio del antiguo, paisaje, aritmética y geometría, y dibujo lineal. De cada una de ellas se concreta qué contenidos deben comprender. En el caso del dibujo lineal por poner un ejemplo, los estudiantes debían afanarse en trazar triángulos, círculos, elipses, óvalos y polígonos, en formar escalas y relacionarlas. En esta disciplina también debían familiarizarse con los órdenes arquitectónicos, los elementos de geometría descriptiva y el levantamiento de planos de edificios, armaduras, etc. Todo ello se nos antoja aún más difícil si pensamos que no disponían de la actual tecnología. De las aulas salieron brillantes artistas como Inurria o los Romero de Torres pero también plateros, maestros de obras, herreros o carpinteros.

 

Cabe destacar que la entidad contaba con una sección industrial y agrícola. En esta última se estudiaban elementos de economía rural y comercial, elementos de agricultura práctica, ideas de agricultura forestal, maquinaria, edificios rurales y química aplicada a la agricultura. Al frente de la cátedra de Agricultura se nombró a Juan de Dios de la Puente, ayudado por Ángel M.ª Castiñeira. Aunque nuestra Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos y de Montes no se creará hasta los años cincuenta del pasado siglo, queda claro que esta sección supuso un antecedente a estos estudios tan necesarios en el perfil agrícola de la provincia cordobesa.

 

Más tarde, pasado 1881, se instaura una sección musical base del actual conservatorio, y se abre la puerta a la mujer para acceder a los estudios del centro sin restricciones.

 

El elenco de profesores que ejercían la docencia era de primer orden. Los mejores pintores de la ciudad, así como catedráticos del entonces Instituto Provincial de Segunda Enseñanza trabajaban en la escuela. Eran nombrados por la Diputación en función de sus méritos y podían tener categoría de catedráticos o ayudantes. Cobraban los primeros un mínimo de 1000 pesetas percibiendo los ayudantes 250 pesetas menos. De entre todos ellos, que integraban el órgano rector, el de mayor edad ejercía la dirección. Su primer titular fue José saló, pero en 1871 fecha del reglamento que tenemos entre manos, firma como director Rafael Romero Barros quien impulsó el establecimiento con el entusiasmo que le caracterizaba siendo uno de los artífices de su brillante historia. La nómina de docentes es amplia. Por citar algunos nombres: José M.ª Montis Fernández (dibujo lineal) y Juan Montis Vázquez (dibujo natural y adorno), José Ortiz Campos y Enrique Cubero (modelado), Julio Degayón (dibujo), los fotógrafos José García Córdoba (dibujo natural) y Ventura Reyes Corradi (perspectiva), el arquitecto Rafael de Luque y Lubián (profesor de la sección industrial), Enrique Lacalle (matemáticas), y los músicos Juan de Dios Luque (solfeo elemental) y Eduardo Lucena (armonía y composición).

 

Para matricularse en el centro se debían cumplir dos premisas: saber leer y escribir y tener diez años cumplidos. Igualmente había que superar un examen de ingreso. Adultos y niños se mezclaban en las aulas. El curso comenzaba el primero de octubre y finalizaba el 30 de abril. Las clases se impartían diariamente excepto domingos y festivos. El horario era nocturno, de 6 a 8, coincidiendo con el toque de ánimas en los meses más fríos, mientras que en octubre, marzo y abril las sesiones eran de 7 a 9. Suponemos que la falta de luz natural dificultaría mucho los trabajos de dibujo, pintura y modelado. A la luz de las candilejas de aceite se antoja aún mayor el mérito de estas pasadas generaciones de artistas.

 

Insiste el reglamento en la compostura y decencia que debe guardar el alumnado. Era cometido de los bedeles asistir tres cuartos de hora antes del horario y evitar que en el patio de entrada se promovieran escándalos, se maltrataran de obra y palabra los alumnos o se pronunciaran palabras obscenas. Para ello eran auxiliados por un guardia municipal. Pero el éxito de la escuela dificultaba esta tarea. Para hacernos una idea, en 1871 había 252 matriculados, que una década después casi habían doblado su número. Como relata Ricardo de Montis en sus “Notas cordobesas”: “Todos los días al oscurecer, el extenso patio y los alrededores de la escuela llenábanse de una abigarrada multitud alegre, bulliciosa … la cual aguardaba impaciente la hora de entrar en clase”. Dos horas después la plaza se tornaba de nuevo ruidosa cuando al toque de campana, la multitud bajaba escaleras y galerías desembocando en la calle con charlas y risas. El periodista, que recuerda con añoranza sus años de estudiante cuenta: “Los alumnos más pequeños, los de la clase de Geometría, deteníanse invariablemente, al salir, ante el aula del Director, para ver el esqueleto, y luego no faltaban algunos que, burlándose del guardia municipal … se encaramaban al potro de la fuente que hay en la plaza”.

 

Cada tres meses se celebraban los exámenes parciales de asignaturas y secciones, y en la primera mitad de mayo tenían lugar los exámenes generales. Los mejores alumnos obtenían premios que serían adjudicados el día de la apertura del curso siguiente. Los sobresalientes recibían una medalla de plata sobredorada, sin dorar para los notables y de bronce para los buenos. Para aquellos cuya nota hubiera sido sobresaliente en todas las asignaturas durante 4 o 5 años, fueran naturales de Córdoba y provincia, y merecedores a juicio de la junta de profesores, obtendrían una beca o pensión para seguir su carrera en las academias o escuelas de Madrid y aún del extranjero. Es el caso de Tomás Muñoz Lucena que obtuvo en 1882 la dotación para cursar estudios en Madrid y más tarde en Roma. Idéntica trayectoria siguió Rafael Romero de Torres que pudo continuar su aprendizaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando bajo el magisterio de Dióscoro Puebla y más tarde seguir formándose en la capital italiana.

 

Un reglamento para el servicio interior insta a los bedeles entre otras obligaciones a “cuidar la más severa economía en el consumo del aceite o combustible de que se surtan los aparatos de iluminación del establecimiento, procurando en cuanto sea compatible con el buen servicio, abreviar el acto de encender y apagar y observar las faltas de alumnos que hubiese para suprimir inmediatamente las luces innecesarias”. Este asunto de rabiosa actualidad denota que la sostenibilidad no es un concepto nuevo pues en tiempos pasados se vivía con una economía de medios perdida en la opulenta sociedad de consumo. Revela también una filosofía de “mirar por lo público y común”, y por ultimo pone de manifiesto la escasez del presupuesto. A finales del siglo XIX la iluminación había pasado a ser de gas, y la escuela llegó a sufrir cortes en el suministro por falta de pago. Asunto muy serio este, ya que las clases eran en horario nocturno y hubo que interrumpir el curso cuando faltó el combustible.

 

 Reglamento de la Escuela Provincial de Bellas Artes de 1871

 

Bibliografía:

 

MONTIS ROMERO, Ricardo de: “La Escuela Provincial de Bellas Artes” en Notas cordobesas. Volumen I. Edición facsímil. Córdoba : Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1989.

 

PALENCIA CEREZO, José M.ª: “Para una historia de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba” en BRAC. Córdoba, julio – diciembre 1998. Año LXXVI, n.º 135.

 

 
Archivo Histórico Provincial de Córdoba
C/ Pompeyos, 6 14003 CÓRDOBA.
Telf: +34 957 106 083
e-mail: informacion.ahp.co.ccul@juntadeandalucia.es

 

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