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Marzo 2013

LOS JUEGOS DE CAÑAS Y ESCARAMUZAS: LOS CABALLEROS DE JEREZ DE LA FRONTERA

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Código de referencia: ES.410917.AGA/2.1.6.//5954.1
Título: Pleito que se trató en el Real Consejo de Castilla entre Alvaro López Ortiz de Gatica y Pedro Zurita y otros caballeros Dávilas sobre el sitio y puestos de la plaza del Arenal en las escaramuzas que en ella se hacían.
Fecha: 1576-1588 [Traslado de 11 de septiembre de 1748]
 
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Los juegos de cañas

Los antecedentes de los juegos de cañas habría que buscarlos en los torneos medievales, juegos a caballo, celebrados entre batalla y batalla, cuya finalidad no era otra que la preparación de sus participantes para la guerra, sirviéndoles de entrenamiento y simulacro de batalla entre caballeros. Con el tiempo van perdiendo esa clara función militar para convertirse en competiciones lúdicas controladas y regladas eliminando todo tipo de peligrosidad.
 
De ascendencia árabe, se trataba de una fiesta muy típica entre caballeros y nobles, en las que incluso solía participar el propio rey. Se solía celebrar a lo largo de todo el año aprovechando algún tipo de fiesta de la localidad, ya fuera eclesiástica, civil o extraordinaria. El lugar en donde se llevaba a cabo, siempre por la mañana o por la tarde, era la plaza pública de la ciudad, acotada por medio de vallas que hacían a veces de gradas para los espectadores.
 
Antes de empezar la fiesta propiamente dicha, y una vez limpia y engalanada la plaza, entraban en ella los padrinos y lacayos ricamente ataviados, encontrándose en el centro para desafiarse entre sí. Salían y volvían a entrar con mulas enjaezadas cargando las cañas, cubiertas con reposteros y dando vuelta a la plaza como reconociendo el terreno, ocupaban sus puestos y sacaban los pañuelos para que comenzara el festín.
 
El juego se celebraba con diferentes cuadrillas, generalmente ocho o seis según la capacidad de la plaza. Cada cuadrilla estaba integrada por un número equitativo de caballeros. Estos, montados a la jineta, vestidos del color que le tocaba en suerte, entraban a la plaza por parejas, dándole la vuelta y realizando destrezas ecuestres, para finalizar con una carrera conjunta de todos los caballeros blandiendo sus lanzas. Esta primera ceremonia iba acompañada de músicos que tocaban durante todo el juego.
 
Organizadas las cuadrillas en dos bandos, cada una se movía corriendo por parejas contra la que tenía enfrente. Dando la vuelta a galope hacia donde estaba la otra cuadrilla apostada, tiraba las cañas contra el enemigo cuando estaba lo más cerca posible. De esta manera iban cargando sucesivamente y alternando uno y otro bando, sujetando las riendas del caballo con una mano a la vez que protegían su cuerpo con las adargas, decoradas con las divisas y escudos correspondientes, colocadas en la otra mano. Estaba totalmente prohibido tirar a la cara.
 
Al finalizar estas carreras, se procedía a la recogida de las cañas y las adargas situándose cada cuadrilla en el lugar designado, tras haber recorrido la plaza de dos en dos o todos juntos en hilera.
 
Por último los padrinos bajaban del estrado mezclándose con los caballeros que tiraban las cañas por lo alto, poniendo fin a la escaramuza.
 
Pleito que se trató en el Real Consejo de Castilla entre Alvaro López Ortiz de Gatica y Pedro Zurita y otros caballeros Dávilas sobre el sitio y puestos de la plaza del Arenal en las escaramuzas que en ella se hacían. 1576-1588. Traslado notarial de 11 de septiembre de 1748.
 
Entre los nobles castellanos que participaron junto a Alfonso X en la conquista de Jerez de la Frontera destacó Mateo Dávila, ricohombre de Castilla, a quien el monarca premió por sus múltiples y buenos servicios en el repartimiento de la ciudad, encargándole además de la repoblación, la custodia y guarda de la misma. Algo semejante ocurrió con Miguel Fernández de Villavicencio, cuyos descendientes ocuparon casi perpetuamente el puesto de regidores y Veinticuatro de la ciudad, así como extensos territorios.
 
Enclavada Jerez en un lugar de frontera contra los moros, entre batalla y batalla se generalizó el empleo del caballo en torneos y juegos como una preparación para la guerra, practicando peligrosos juegos de cañas rostro a rostro. Los habituales participantes de estas actividades pertenecían a la clase nobiliaria, siendo asiduos practicantes de las mismas aquellos caballeros pertenecientes a los grandes linajes de la sociedad jerezana de la época, los Dávila y los Villavicencio.
 
A estos originarios caballeros jerezanos se fue uniendo toda la nobleza de la ciudad no solo en los ayuntamientos sino incluso en los festejos, formándose dos “cuadrillas” o bandos, una de los caballeros Dávila, y la otra de Villavicencio.
 
En la plaza del Arenal existían dos puestos. En el de abajo se ponían los Caballeros Dávila y en el de arriba, situado debajo de las Casas de Justicia, se situaban los Caballeros Villavicencio. A estos puestos acudían a jugar con sus caballos todos los demás caballeros de la ciudad, de tal manera que el que jugaba una vez en un puesto no se le permitía mudarse y jugar en el otro, respetando así la tradición de correr en el lugar en el que se habían colocado su padre, abuelo y demás ascendientes.
 
Al contrario de lo que sucediera en Córdoba, Sevilla u otras ciudades del Reino en las que era necesario preparar los juegos con tres o cuatro días para ejercitarse, en Jerez salían los caballeros a la Plaza con sólo unas horas de antelación, pues estaban perfectamente ejercitados para librar cualquier ataque  de los moros que le llegara de la costa.
 
Una vez en la Plaza se colocaba cada bando, de alrededor de veinte personas cada uno, en su puesto. Primero salían los integrantes de un bando atacando y tirando sus cañas contra el contrario, volviéndose a la carrera hacia el lugar de donde salieron en busca de sus compañeros que los defendieran del otro bando, que comenzaba a perseguirlos. Era tal la destreza de los caballos, que éstos volvían a su lugar de origen sin necesidad de ser instigados por sus jinetes e incluso descuidándose éstos “los caballos sabían lo que debían de hacer”, pareciéndose en todo a una verdadera batalla. De esta manera seguía alternativamente el juego hasta su fin en el que se recogían las cañas y las adargas situándose cada cuadrilla en el lugar designado, tras haber recorrido la plaza de dos en dos o todos juntos en hilera.
 
Durante más de tres siglos esta fue la práctica habitual admitida por las más de sesenta casas y linajes nobles de la ciudad de Jerez, hasta que a finales del siglo XVI un grupo de caballeros Veinticuatro disconformes con la manera de celebrase estos juegos en la ciudad, piden al rey libertad para celebrar fiestas en la plaza y arenal de la ciudad, sin tener un puesto señalado los caballeros de linaje, pudiéndose mezclar todos como ocurría en todas las ciudades del reino. 
 
Esto dio lugar a que el 8 de octubre de 1576 fuera enviada una Real Carta al corregidor de Jerez de la Frontera en la que, entre otros asuntos, se dictaba que nadie acudiera a puesto cierto por linaje, sino que cada uno libremente pudiera acudir “a donde mejor le parece”. Un mes después el corregidor, intentando conformar a todos los caballeros Veinticuatros de la voluntad real decide, entre otras cosas, suspender los juegos de escaramuzas y cañas en los días de fiesta habituales (san Dionisio, Santiago, san Juan y san Sebastián) hasta que expresamente diera licencia para ello una vez que se pusieran de acuerdo, redactando una serie de capítulos que no son aceptados por ninguno de los dos bandos implicados en el consiguiente litigio que se producirá.
 
Un bando, el de los “neutrales”, capitaneado entre otros por los caballeros veinticuatro Pedro de Zurita y Melchor de Espínola, no admitela práctica llevada hasta ahora por los caballeros de linaje de no permitir correr a ningún otro caballero que no esté en su bando, que llegan incluso a arremeter contra sus caballos, perjudicando de esta manera el ejercicio del arte militar de ir a luchar contra los moros en defensa de la frontera, impidiendo en consecuencia la cría de caballos para la guerra.
 
En la defensa de su causa no cesan de exponer motivos recurriendo incluso al mandato de los Reyes Católicos de prohibir los bandos para evitar rivalidades, muertes y notables alteraciones entre ellos. Asimismo presentan la propuesta de dividirse los cuatro días de fiesta de la ciudad entre los dos bandos, dos días para ellos y los otros dos para los caballeros de linaje, incluso sortear los integrantes de cada grupo, con tal de correr libremente en carreras, escaramuzas y juegos de cañas, llegando a manifestar que aquel que no estuviera conforme que no participara en los juegos y se quedara en su casa.
 
Estas y otras muchas premisas fueron respondidas por los caballeros de linaje, quienes tras su defensa de ser cosa nueva y contraria a lo que siempre había existido en la ciudad, aquella era la única manera de practicar los juegos de escaramuzas y cañas desde la conquista de la ciudad. El mezclarse los participantes y correr libremente sin sujeción a un puesto suponía un grave perjuicio para los juegos ya que se producía gran desorden e inconvenientes.
 
Si el juego de cañas y escaramuzas simulaba cierto género de pelea entre jinetes a caballo acometiendo unas veces y otras huyendo, como si se tratara de un verdadero ataque de los moros al que sólo los caballeros estaban preparados para responder, con esta nueva propuesta se iba perdiendo el ejercicio de ataque ya que al dar una carrera desde un puesto libremente atravesaban la plaza a todo correr y tras tirar sus cañas permanecían en el puesto con aquellos a quienes se las tiraron, sin volver al lugar de donde salieron buscando a sus compañeros para que les defiendan, pues “no hay cristiano que llegue donde están los moros les tira sus lanzas y se queda con ellos, sino que se vuelve al lugar de donde salió con sus compañeros que son los que lo tienen que socorrer”. Es necesario que los integrantes de un puesto sean todos amigos para ayudarse, porque los que entran a tirar en la delantera han de ser socorridos de los que vienen detrás de ellos.
 
En medio de estas largas discusiones sin una puesta en común, son varias las ocasiones en las que se solicita al rey que mande un juez o alcalde de la Audiencia y Chancillería de Granada o de la Audiencia de Sevilla para mediar en el asunto. El 21 de agosto de 1589 se dicta la siguiente Carta Ejecutoria: “No dareis lugar que el la Plaza de la dicha ciudad ni regocijos que en ella se hicieren sea nadie compelido a acudir a puesto cierto por linaje ni en otra manera alguna, sino que cada uno libremente acuda a donde quisiere y no fagades ende al por alguna manera sopena de la nuestra Merced y de veinte mil maravedíes para la nuestra Camara….”
 
 
Para saber más:
 
Moménico Rosi: Las parejas. Juego Hípico del siglo XVIII. Manuscrito de la Biblioteca del Palacio Real. 1781.
Estudio preliminar por Matilde López Serrano. Madrid 1973.

 

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