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Febrero 2011

Las tabernas: excesos y prohibiciones

Auto de buen gobierno

Código de referencia: ES 41003 AHPSE 1.1.1. Real Audiencia de Sevilla, 29645
Título: El capitán general de Andalucía sobre regulación de cafés, tiendas de licores y casas de juego en Écija.
Fecha: 1815, septiembre 15 – 1819, julio, 6. Sevilla
Nivel de descripción: unidad documental compuesta
Extensión y soporte de la unidad de descripción: Papel: 400 hojas tamaño folio
Nombre del productor: Real Audiencia de Sevilla
Reglas o convenciones: ISAD (G)
Nota del archivero: Antonio Hernández Alcón
 
A comienzos del siglo XIX el Capitán General de Andalucía exigió al corregidor de la ciudad de Écija la publicación de un auto de buen gobierno para poner límites a los excesos que aquejaban la ciudad. Al parecer, habían llegado a oídos de su majestad noticias sobre el desorden de costumbres, el escándalo de mujeres impuras, la reiterada práctica de juegos prohibidos, y la existencia de multitud de tabernas que fomentaban estos vicios. Una coyuntura que incluso propiciaba la corrupción de los alguaciles que se dedicaban a estafar a los que vendían en la plaza, obligándoles a contribuir con parte de sus géneros.
 
Durante la Edad Moderna las tabernas consistían en tiendas, almacenes o casas públicas en las que se vendían vinos, y se abastecía de otros artículos, al mismo tiempo que eran un centro de ocio, donde se difundían ideas, y se propagaban leyendas. La literatura de esta época muestra la trascendencia de estos lugares siempre relacionados con la ingesta de alcohol como evasión de una realidad dura y compleja, que se ensañaba sobremanera con las clases populares. El consumo de vino fue generalizado como bebida, medicina o alimento. La obra “Carmina Burana” describe con claridad la realidad social y cultural del vino: bebe el rico, bebe el pobre, bebe el rey, bebe el señor, bebe uno, beben mil. Todos los individuos tenían acceso a la bebida diferenciándose sólo en la calidad de sus libaciones. Igualmente ilustrativa es la frase atribuida a Goethe: Los ricos quieren buen vino, los pobres mucho. En este entorno será clave la controvertida figura del tabernero, pues su actividad solía ir más allá de la mera dispensa de bebidas, ejerciendo labores tanto de prestamista como de proxeneta, a la vez que se enriquecía rebajando la calidad de sus vinos.
 
Las autoridades perseguían el hecho de que las mujeres trabajaran en las tabernas, imponiéndoles requisitos tales como que fueran casadas o viudas, de buena vida o fama, así como que no tuvieran enfermedades contagiosas. Su presencia era observada como una transgresión de la probidad asignada a su sexo. Las restricciones procuraban erradicar no sólo la promiscuidad que imperaba en estos lugares, sino su carácter de auténticos lupanares encubiertos. El caso de Écija es llevado al extremo, como se observa en el punto tercero de su auto de gobierno publicado en 1815, en el que se prohíbe que mujeres menores de cuarenta años despachen licores o vinos, ya fueran solteras o casadas. En otro apartado las ordenanzas obligan a ejecutar el cierre de algunas tabernas por su desmesurada proliferación, y es que, como señala el punto cuarto, algunos vendedores de licores habían puesto rótulos de cafés u hosterías para ocultar la venta de los mismos y aumentar sus ingresos eludiendo sus obligaciones taxativas. Aquellos establecimientos que se libren del cierre deberán servir únicamente en mostradores o despachos instalados en los umbrales de las puertas, acabando con los espacios que favorecían cierta clandestinidad, y podían albergar actividades tan reprochables.
 cartela
Las reyertas, los fraudes y el juego configuraban el lenguaje de las tabernas. Al igual que el acceso a mujeres de escasa suerte, las apuestas y los juegos de azar estaban incluidos en los denominados pecados públicos  “por ser relativos al vicio”. Por ende, no es de extrañar que la Iglesia emprendiera una infatigable cruzada contra estos centros. Precisamente en el documento que exponemos, la iglesia de Santa María de Écija forma un expediente contra unas tiendas de vinos ubicadas en las inmediaciones de la misma, alegando que provocan desdoro al sagrado lugar, al mismo tiempo que distraen a los fieles en la práctica del culto divino. Solicita además que se borren unas pinturas que considera impúdicas por representar a unos genios en figuras de niños desnudos con alas. Eran tiempos en los que, como define Le Goff, el cuerpo se convierte en vehículo entre lo divino y lo humano, y por supuesto, la Iglesia y el municipio debían velar por la supremacía de lo divino.
 
Por último, sería conveniente incidir en que las tabernas no sólo servían de reunión a personas de malvivir, como parece desprenderse del documento, sino que eran sobretodo puntos de encuentro, donde se reforzaban las solidaridades de unos hombres que, las más de las veces, consumían en grupos. Eran el escenario en que se aseguraba la transmisión oral de los problemas cotidianos, y una suerte de foro para expresar opiniones de la política local. Una de las razones para que la taberna ocupase un lugar central en la cultura popular era su conveniencia como lugar para la contestación pública. Un espacio de libertad no interferido, pese a los intentos de coacción por parte de las clases dirigentes.

 

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