Justo Navarro


(Granada, 1953) ha publicado dos libros de poemas, Los nadadores (Antorcha de Paja, 1985) y Un aviador prevé su muerte (Maillot Amarillo, 1986, Premio de la Crítica), y las novelas El doble del doble (Seix Barral, 1988), Hermana muerte (Alfaguara, 1989), y, en Anagrama, Accidentes íntimos (1990, Premio Herralde), La casa del padre (1994), El alma del controlador aéreo (2000), F. (2003, Premio Ciudad de Barcelona) y Finalmusik (2007). Su último poemario es Mi vida social (2010).


Obras:

París, marzo de 1943: Alemania e Italia están perdiendo la guerra. Después de la invasión angloamericana del norte de África y la rendición en Stalingrado del mariscal de campo Paulus, se respira la hecatombe militar nazi-fascista, el inminente desembarco de los aliados en Europa. Veinte años antes de resolver los crímenes sobre los que giraba Gran Granada, el comisario Polo se encuentra por accidente en París, temeroso de no poder acabar nunca un viaje que solo iba a durar unos días. En tiempos de guerra no es raro que lo previsto como una excursión de setenta y dos horas se dilate meses, años o décadas, o se convierta en el exilio eterno.

Y Polo se mueve en un pequeño París, Petit Paris, de gente peligrosa: abogados y periodistas que ejercen labores policiales en los servicios consulares de España, colaboradores de la Gestapo a la caza de republicanos españoles en fuga. Entre el personal de la escuadra española se han sucedido en menos de un mes tres muertes violentas, y en el centro aparece el posible suicidio del bello Matthias Bohle, un seductor de vida enigmática que con otro nombre había conquistado la Granada de 1940, incluyendo al irreductible comisario Polo, y que recaló en París tras robar cuatro kilos de oro a un industrial que quizá le encargó sacarlos clandestinamente de España.  

Pronto Polo empezará a investigar su muerte, ayudado por colaboradores tan poco seguros como lo es todo en la ciudad: el abogado Palma, casi un doble de Polo rejuvenecido cuarenta años y con carnet de la Gestapo, que ha descubierto la fuente de la juventud en una mezcla de gin, Dubonnet y anfetaminas; Alodia Dolz, heroína de la Cruzada nacional, agente de la Quinta Columna, que sobrevivió a tres años de temerarias actividades clandestinas en la Madrid roja: «Si entonces no la habían matado, ya no la matarían nunca.» El Petit Paris de Polo es negro puro, una ciudad de inquietante ambigüedad moral donde todos mienten y manipulan como único modo de sobrevivir. Una narración deslumbrante y magnética –con homenajes a Simenon, Leo Malet y Modiano– que juega con los resortes de géneros como el policiaco y el de espías para llevarlos más allá.

Narrativa
Adulto

Un joven héroe de la División Azul herido por la metralla, condecorado con la Cruz de Hierro de Segunda Clase, vuelve de Rusia en julio de 1942, cuando en los hospitales le dictaminan seis meses de vida. Vuelve a un país nocturno donde las sombras confunden el bien y el mal, la verdad y la mentira, y los habitantes deambulan pendientes de la mirada peligrosa de los otros.

Narrativa
Adulto

1963: un abogado amanece muerto en un hotel, en la gran Granada gris del año de la inundación, y los suicidas le irán arrebatando a la policía el monopolio de la muerte violenta. Si la realidad fuera menos real que cinematográfica, se hablaría del caso de los solteros suicidas. ¿Cómo lo ve desde sus gafas de trece dioptrías el viejo comisario Polo, ingeniero de telecomunicaciones, visionario de la vigilancia, profeta del espionaje televisual y telefónico? Hombre de bien, saluda la futura transformación del Estado Policía en Sociedad Policía. Queriendo saberlo todo, sabe que a partir de cierto límite es mejor creer que averiguar, e indaga en unas muertes que de ningún modo pueden ser asesinatos: el jefe del Estado y su carrusel de jerarcas están a punto de desembarcar en la provincia inundada. Hay dos mujeres. Hay dos amigos íntimos, pertenecientes a lo que el más ocurrente de los dos llama el círculo homosexual: el mundo de un solo sexo, exclusivamente masculino y patriarcal, de quienes dirigen la ciudad críptica. Son los años felices de la angloamericanización electrónica y la conquista soviético-americana del espacio, el pinball y el jukebox, el origen del futuro, y los garantes de la Ley no dudan en utilizar el crimen para salvaguardar el orden.

Narrativa

1963: un abogado amanece muerto en un hotel, en la gran Granada gris del año de la inundación, y los suicidas le irán arrebatando a la policía el monopolio de la muerte violenta. Si la realidad fuera menos real que cinematográfica, se hablaría del caso de los solteros suicidas. ¿Cómo lo ve desde sus gafas de trece dioptrías el viejo comisario Polo, ingeniero de telecomunicaciones, visionario de la vigilancia, profeta del espionaje televisual y telefónico? Hombre de bien, saluda la futura transformación del Estado Policía en Sociedad Policía. Queriendo saberlo todo, sabe que a partir de cierto límite es mejor creer que averiguar, e indaga en unas muertes que de ningún modo pueden ser asesinatos: el jefe del Estado y su carrusel de jerarcas están a punto de desembarcar en la provincia inundada.

Hay dos mujeres. Hay dos amigos íntimos, pertenecientes a lo que el más ocurrente de los dos llama el círculo homosexual: el mundo de un solo sexo, exclusivamente masculino y patriarcal, de quienes dirigen la ciudad críptica. Son los años felices de la angloamericanización electrónica y la conquista soviético-americana del espacio, el pinball y el jukebox, el origen del futuro, y los garantes de la Ley no dudan en utilizar el crimen para salvaguardar el orden. Hace veintiún años, Justo Navarro publicó en Anagrama una novela excepcional, negra y maldita: La casa del padre, situada en los años de la Segunda Guerra Mundial. Vuelve ahora al mismo mundo, por el que también han pasado veintiún años: ya es 1963 y la vida y la muerte se han modernizado.

Narrativa
Adulto

Entre los juegos del siglo pasado y los de ahora, cuando las pantallas se miniaturizan, íntimas e invasivas, omnipresentes, El videojugador sigue el fluido único de la ficción y la evasión electrónicas. Convertido el ordenador (del tipo que sea, del teléfono a los cascos de realidad virtual) en almacén, productor y distribuidor de señales e imágenes múltiples, filtro a través del que relacionarse con la realidad, los videojuegos son el círculo mágico en el que se fusionan los elementos esenciales de la fábrica de los pasatiempos: películas, publicidad, información, tebeos, arte, literatura, música, lo que sea, imágenes de imágenes industrialmente repetidas.
El videojuego ha copiado a todos los medios, como todos los medios copian hoy al videojuego, que hace años alcanzó los espacios sagrados de la alta cultura de masas, los museos, a la vez que los mundos del juego invadían los escenarios de la vida real de los jugadores: iba a producirse una continuidad entre el mundo imaginario del videojuego y el mundo real del jugador, que vio de pronto cómo su realidad inmediata aparecía en la pantalla como parte del universo del juego. Y mientras en las calles del mundo de verdad, por ejemplo, debía localizar a sus presas en un juego-cacería, sus videojuegos estrechaban la relación con los nuevos modelos económicos y los nuevos vínculos sociales.
En la época de los videojuegos parecen confluir el tiempo de recreo y el tiempo ocupado. Cuando las máquinas inteligentes reducían el número de trabajadores humanos necesarios y se dilataba el ocio, los ordenadores se convirtieron en máquinas para la diversión, y el no-trabajo forzoso, dedicado en gran medida a comprar (por ejemplo, vidas y recursos para seguir participando en un juego en la Red), demostró ser un componente estructural de la nueva economía. Hasta las relaciones con los poderes públicos y empresariales a través de ordenadores asimilan hoy la lógica de un videojuego: el programa obliga al usuario a actuar según un repertorio muy restringido de posibilidades. Como el ciudadano ante el ordenador, el videojugador debe obedecer lo más automáticamente posible las órdenes que le dictan según van apareciendo figuras en la pantalla. La obediencia automática se ha convertido en un pasatiempo de masas industrial.
A vueltas con la dimensión estética y las implicaciones sociopolíticas de los videojuegos, con una erudición sabiamente salpimentada de amenidad y comandada por una acreditada solvencia literaria, Justo Navarro debuta en el ensayo con un texto lleno de conexiones inesperadas e intuiciones agudísimas, que aborda un terreno poco explorado en el ámbito hispánico con ánimo indagador y documentada seriedad. Mundo virtual y mundo real, teoría política y ejercicios de comparatismo, reflexiones sobre lenguaje e interactividad: un volumen fundacional e imprescindible.
 

Ensayo
Adulto

Italia, Segunda Guerra Mundial: el poeta americano Ezra Pound participa desde Radio Roma en la batalla de propaganda contra los aliados y contra los judíos. Pero el fervor nazifascista de Pound a través de las ondas despierta las sospechas de los servicios de contraespionaje italianos. La radio, “cajón del diablo”, era ya una máquina de arenga, adoctrinamiento y movilización de masas, artefacto bélico y arma de espías. ¿Transmiten los programas radiofónicos de Pound mensajes cifrados al enemigo? ¿Fue el genio de la literatura un agente doble o una simple y patética figura criminal? O quizá la realidad sea doble y ambigua, «una desolación de espejos», como decía el poeta Eliot, amigo de Pound, y repetía otro personaje de esta historia, el futuro genio de la CIA James J. Angleton, para referirse al universo del espionaje. Esta es la historia que el autor de novelas de misterio Carlo Trenti le cuenta por escrito a su amigo y traductor J. N., residente por casualidad en Pisa durante los mismos meses en que lo fue Pound, pero más de sesenta años después. Allí, prisionero en un campo penitenciario para soldados de los Estados Unidos, Ezra Pound esperaba juicio, acusado de alta traición.

 

Narrativa
Adulto

Bolonia, verano de 1947. El comisario Polo se acaba de bajar del tren, procedente de la lejana Granada. Su misión: investigar la desaparición de un compatriota, Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho que se alojaba en el Colegio de España. Un católico aficionado al jazz que, según algunos, tal vez simplemente se haya marchado a un retiro espiritual, y, según la policía, es un asesino.

Comienza así una búsqueda detectivesca en la que irán apareciendo más cadáveres –el de un individuo apodado el polaco, el de una anciana viuda...–, espías de ambos bandos en la incipiente Guerra Fría, delatores, monárquicos y neofascistas, conspiraciones, conexiones vaticanas y de fondo el boogie woogie, el ritmo de moda que, como tantas cosas que fascinan en la Italia en reconstrucción de la posguerra, ha llegado desde Estados Unidos con las tropas de ocupación.

Nadie dice toda la verdad. El investigador se mueve en una realidad en la que funcionarios fieles y ejemplares aplican el principio de que, en determinadas situaciones, el crimen es un acto de servicio al Estado. O, como dice Polo, «el Estado consiente a sus servidores actos que jamás permitiría si no los considerara necesarios para la conservación del Estado».

Bologna Boogie es la última entrega de las aventuras del comisario Polo, protagonista de Gran Granada y Petit Paris. Con este personaje Justo Navarro propone una personalísima y fascinante aproximación al género negro y las novelas de espionaje. Como sus antecesoras, es una narración escrita en brumoso blanco y negro, homenajeando al cine noir clásico. Bologna Boogie es además una buena muestra de la precisa y seductora prosa del autor, que lleva el género policial hacia la más exigente y excelsa literatura.

Adulto