Actos impuros

Ángelo Néstore

Geranio
Cada vez que vuelvo a casa y me imagino
abrir la puerta, dejar la llave, gritar tu nombre,
cada vez que vuelvo a casa e intuyo el hambre
—otro plato sucio que fregar en la encimera—
me acerco a la ventana, riego mi maceta
y te imagino cuidándola
y te imagino hundiendo los dedos
en las aguas turbias de mis generaciones.
Cuántos mares habría dentro de ti, me pregunto,
cuántos mares.
Nos pareceríamos en la torpeza del gesto,
en la lentitud del paso.
Buscaríamos en el geranio los nombres de los padres
que no existieron.
Inventaríamos así nuestra historia,
llamaríamos pan a la tierra mojada
y ensuciaríamos nuestras manos acariciando las raíces:
un ejército de cuerpos enterrados, invisibles
que te hacen cosquillas en tus palmas de niña hambrienta
y solo por un instante sentiría que te he salvado.
Pero cada vez que vuelvo a casa y te imagino
y te intuyo
hay un geranio en mi ventana
que se dobla, que me pide agua,
que me recuerda demasiado a la aridez
de dos hombres que se quieren.
 

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Ángelo Néstore