El cuarto cerrado (Málaga, Manca, 2013) es la autoafirmación de una dignitas que el yo no reivindica el lugar del poeta en el mundo. El escenario ha cambiado: ya no hay infinitas variaciones de lo ilimitado de la escritura, sino que el yo cubre y descubre un espacio dominado por el encierro de un cuarto que permite camuflar el "martirio" o el sufrimiento de la propia escritura, esa que se vincula al fracaso de una vida y especialmente al testimonio que permite no la seguridad de un refugio y sí el retazo de los objetos que componen o disponen ese espacio cerrado. De este modo se construye una especie de arquitectura emocional desde la perspectiva del reducido ámbito en el que se produce y que paradójicamente muestra el inconformismo y la rebeldía para mostrar las esferas de una vida regida por la "fatiga" de ser uno mismo.
El libro, desde el título, es un "descubrimiento" de lo desgarrador y negativo, de lo excesivo de la soledad, la imposibilidad de la plenitud y, por tanto, la ausencia de la ilusión o de la trascendencia (ya sea moral o metafísica).