El cante andaluz

El cante andaluz

Por J.M.Caballero. Colección Temas Españoles. Publicaciones Españolas, Madrid, 1953

16/03/2020

I
INTRODUCCIÓN AL CANTE ANDALUZ
ORIGEN Y DESARROLLO

No cabe la menor duda que el cante andaluz representa, dentro del folklore del occidente europeo, y aun dentro del folklore universal, una de las más ricas e inconfundibles manifestaciones de la música popular. Sus numerosas y siempre bellas variantes, la independencia de sus caracteres, el poderío arrasador de su mundo expresivo y melódico, su mismo origen oscuro y dudoso, en fin, prestan a esta modalidad de la canción una vigorosa personalidad llena de sugestivas significaciones humanas y raciales.

Todo cuanto se ha hecho y escrito para intentar definir el cante andaluz y marear su localización ha tenido su fundamento en unas suposiciones más o menos justificadas. En la mayoría de los casos, la información erudita y el proceso del conocimiento histórico presentan como denominador común un criterio poco consistente o, cuando menos, una resolución con escasas pruebas de garantía, basada siempre en ciertas coincidencias de orden musical o costumbrista, o en un procedimiento de investigación arbitrario. Lo problemático de las referencias estudiadas para descubrirle a este cante sus verdaderas fuentes y las causas de su desarrollo han motivado la existencia de una serie de hipótesis que, justo es decirlo, aún no han tenido ni un apoyo seguro ni una comprobación adecuada. Tampoco los autores coinciden en sus diferentes interpretaciones para situar la procedencia y ordenar los cauces de difusión del cante andaluz. Los juicios oscilan entre los que refieren su nacimiento al arte musical árabe y hacen coincidir sus iniciales muestras con el establecimiento en Andalucía de los primeros dominadores musulmanes, hasta los que ya advierten sus primitivos destellos a mediados del siglo XV, tiempo en que llegaron a España los gitanos, procedentes, según parece ser, del Indostán y de Egipto, y de cuya raza asimiló el pueblo andaluz ciertos característicos brotes de su música milenaria. Tampoco faltan quienes afirman que los elementos fundamentales y originarios del cante andaluz se derivan de los cantos litúrgicos de la Iglesia bizantina y, por virtud de tan ascendencia, de los de la primitiva Iglesia oriental. Tanto estos como aquellos comentaristas intentan explicar el problema de la adaptación folklórica añadiendo que las tribus invasoras, o las que simplemente se introdujeron en nuestra península, atraídas por muy diferentes motivos, amoldaron la música que les era propia al gusto expresivo y a la forma de vida de los habitantes del sur de España.

Todas estas conjeturas expuestas se podrían resumir, sin embargo, en una sencilla conclusión que creemos la más prudente, lógica y adecuada, a saber: que el cante andaluz ha nacido y se ha desarrollado en la misma Andalucía, y que es allí precisamente donde aparecen y desaparecen sus modalidades, sus distintos aspectos formales y esenciales, sus innovaciones y sus formas, sus exclusivos accidentes, en suma. Lo que sí parece tener atisbos de verosimilitud es que la raza árabe y la gitana, al mezclarse y solidarizarse con la del sur de la península Ibérica, sirvieron, merced al consiguiente entronque de sangres y a la mutua acomodación de costumbres, de vehículo propicio y natural para una evidente y clara predisposición del pueblo a esta forma de expresión folklórica. Desde luego, tal estado de cosas debió quedar latente en el ánimo del andaluz, ya que casi habrá que esperar a finales del siglo XVIII, y aun a principios del XIX, para que se manifieste y se exteriorice en toda su amplitud, y ello gracias a unos cuantos intérpretes nacidos y aislados en un determinado territorio de Andalucía. Es, por tanto, punto menos que imposible establecer una teoría con visos de legitimidad sobre las raíces originales y la verdadera historia del desenvolvimiento del cante andaluz.

Hemos señalado anteriormente que la existencia y el desarrollo de este cante no se advierte, o no toma un carácter definido, hasta los albores del siglo pasado, poco más o menos. A partir de entonces, el folklore de Andalucía evidencia un concreto y poderoso impulso espontáneo. Toda su difícil y varia estructura, millonaria de estilos y de misteriosas enervantes significaciones, va, paso a paso, casi sin darse cuenta, afianzándose y perfilándose, tomando situaciones y descubriendo perspectivas inéditas. Todavía no se ha conseguido, a ciencia cierta, fijar las circunstancias y los motivos que dieron lugar a este auge tan inesperado como arrasador, gracias al cual fue posible luego ajustar los perfiles y las purezas del cante andaluz, sometiéndolo al vivo análisis de la experiencia personal.

En un principio, esta difusión solo halló campo propicio a su fecundidad en una categoría social trabajadora y sencilla, ramificándose rara vez a otras esferas de la vida ciudadana. Mal entendidas razones hicieron que sus muestras primigenias no encontraran cobijo más que en un nivel popular humilde y que, por su propis virtud, poseía unas maravillosas facultades innatas para mantener y propagar con todo ahínco y devoción el insólito hallazgo de este cante. Tal aislamiento, que bien pudiera haber sido nefasto y contrario a la feliz permanencia del folklore andaluz, antes le sirvió misteriosamente para su conservación y para el equilibrio de su existencia venidera. Se hace difícil enumerar los motivos por los cuales el valor intrínseco de este cante y su fiel y profundo reflejo del alma popular fuera negado o mal enjuiciado por una mayoría de las clases privilegiadas de la región. Lo cierto es que dicha categoría de la sociedad andaluza se mantuvo ajena al fenómeno expresivo naciente. De esta manera, sin el apoyo de la comprensión general y, desde luego, dentro del mayor aislamiento, el cante fue creciendo y fortaleciendo sus raíces y sus cánones interpretativos, al par que fue esperando solitaria y pacientemente la hora de su vigencia colectiva.

Muchos de los prejuicios que sirvieron de alimento a este prurito de desamparo, por no llamarle desprecio, tuvieron su origen en determinados aspectos de orden acomodaticio, tales como el tópico grotesco de la España de pandereta, o su supuesta escenografía licenciosa, o bien su tono fúnebre con vahos de juerga procaz y tumultos de mal vivir. No se supo mirar más allá de este falso escenario concebido desde un punto de vista engañoso y erróneo. Al hablar del cante andaluz, salió a relucir lo que precisamente no tiene nada que ver con él y es solo la postiza envoltura de su ámbito más puro y significativo, de su más genuina poesía natural. Pese a todas estas circunstancias que se oponían a su normal desarrollo, el cante empezó a extender sus influjos por doquier y llegó un momento en que ya habría de quedar para siempre hecho molde ejemplar de sus futuras andanzas y modificaciones. No existió, aparentemente, ninguna causa fundamental, aparte de las mencionadas, para que el cante andaluz atravesase por estos avatares y obstáculos, pero lo cierto es que, pese a ellos, y como si su importancia se hubiese deslizado entre el salitre del mar y entre los mostos recién vendimiados, entre la madera olorosa de las montañas y entre los frutos deleitosos de los valles, a fin de cuentas, pronto llegó a conquistar todos los ambientes, desbordando las fronteras de su nacimiento, gracias a su significación humana y folklórica y a su indiscutible sabiduría vital y espiritual. 

Una vez esbozadas estas breves noticias, añadiremos que nos parece poco menos que inútil ceñir el cante andaluz a una determinada teoría, esquematizando concienzudamente sus orígenes y la órbita de sus expansiones. Los dominios mágicos de este folklore y todo lo que de él se deriva, se comprenden y entienden, antes que por ninguna otra circunstancia, por la intuición y por la experiencia de cada uno, es decir, conviviendo con su compleja e insólita realidad, no sistematizando fríamente sus manifestaciones hasta hallarle, quizá, el contexto con alguna liturgia de hace mil años. Prestad atención tan solo a quien canta, pues por boca suya se explica y se expresa, sin necesidad de otras penetraciones, toda la pasión y toda la vida de un pueblo tan viejo como misterioso, cuya cultura es aún anterior a la de Grecia y Roma.

Vamos, pues, a limitar nuestro trabajo a determinadas zonas del cante andaluz, concretándonos lo más directamente posible a una exposición de índole divulgativa o, cuando menos, a un planteamiento que permita una fácil visión de conjunto. Lo único que pretendemos es que el lector, amarrando los diferentes cabos que vamos a hilvanar, llegue a formarse una clara idea de la auténtica existencia de este folklore.