Los cantares en el libro 'La Tierra de María Santísima'

Los cantares en el libro 'La Tierra de María Santísima'

El libro, publicado por primera vez en 1890, contiene una descripción de las coplas flamencas y andaluzas de la época y una selección de letras

05/05/2020

Además de los bailes de palillos y flamenco, los cantares también están presentes en el libro 'La Tierra de María Santísima', encontrándose su estudio entre las páginas 96 a 119. El Instituto Andaluz del Flamenco y la editorial Extramuros publicaron un facsímil de la que se considera "una de las más atractivas semblanzas de Andalucía escritas en el siglo XX, que logró un gran éxito tanto en Europa como en América". Fue escrito por Benito Más y Prat (Écija, 1846-1892), uno de los más sobresalientes poetas de su generación. Su primera edición fue realizada en Barcelona (Editorial Orbis, S.A., 1890) y el facsímil corresponde a la edición de la Biblioteca Giralda (Madrid, 1925) elaborada por su hijo, José Más y Laglera, una vez fallecido su padre, siendo ilustrada por Andrés Martínez de León.

El estudio realizado por Benito Más y Prat a los Cantares comienza con el autor con una bonita reflexión:  "Preguntar al pueblo por qué produce cantares, es lo mismo que preguntar por qué hay en la ostra exudaciones que son perlas. El pueblo trabaja, siente y ama, y son cantares sus lágrimas, sus anhelos y sus sudores. ¿De dónde nació la primera nota? ¿De dónde nació el primer cantar?".

Comienza el autor su respuesta relacionando el cante con el baile: "Varias son las páginas escritas acerca de los orígenes de nuestros cantes, y yo me limito a hacer notar que así como se cantaron los antiguos romances acomodándolos a la danza prima, esjoyazas y finlandones del Norte, las coplas o cantares cortos andaluces se acomodaron a los bailes de palillos y flamencos más usuales en el Mediodía de España. La seguidilla, el fandango, el jaleo, las panaderas, el villano, el ole, el vito y otros muchos que sería prolijo enumerar, tienen coplas o cantares propios que no existirían acaso, si aquellos bailes no hubieran sido inventados, y aunque la copla octosílaba de cuatro versos, puede existir sin ellos y ser tan sólo un divertimento o un desahogo del ánimo, es lo cierto que no debe hacerse radical separación entre nuestros cantes y bailes, unidos por estrecho parentesco".

Y, sobre aquel cante entonces existente, afirma que "la copla gitana, o el cantar andaluz, se distinguen de sus afines, una veces en la potencia hiperbólica, otras en la epigramática, y las más, en la vivacidad del concepto y la oportunidad de las conclusiones. Aquellas que están inspirada en delicadeza de sentimiento o en profundas amarguras internas, adolecen de vaguedades que tienen gran encanto para el que está iniciado en los secretos del sentir popular; cuando la copla es el resultado de un deseo voraz, de un transporte amoroso o de una indomable propensión, el cantar se aguza o se redondea".

"La vena del pueblo -continúa- es inagotable; una vez hallado el tesoro del ritmo y del verso, se sirve de él continuamente y lo acomoda a todos los momentos de su accidentada existencia. Canta a todas horas, en toda ocasión y en todo tiempo; cuando trabaja y cuando descansa, en el taller y en la campiña, en la barricada y en el porche del templo; con cantares expresa su amor a la patria y su odio al invasor; si no muere cantando como el cisne, va en cambio cantando hacia el campo de batalla y celebra con cánticos la victoria". 

Para "dar una muestra de cómo se expresan los sentimientos, las propensiones y los afectos de ese titán de cien cabezas y cien corazones que pasa ignorado por la tierra y muere y renace como el Fénix de sus propias cenizas", considera indispensable subdividir los géneros en cuatro grupos:  coplas amatorias, tristes, epigramáticas y jocosas.

Comienza, pues, por la primera. Apunta que "el amor y la tristeza son la verdadera fuente Castalia donde el pueblo ha bebido siempre sus más frescas e íntimas inspiraciones; es verdad que la tristeza y el amor fueron siempre juntos: Ovidio escribió sus Tristes, porque fué maestro en el arte grato de Eros. Como el amor pasa por todos los accidentes, las coplas amorosas del pueblo recorren todos los grados del pentagrama; cuando ama, sus aires sencillos, graciosos y azucarados, acarician como la brisa que orea el lentisco -que dijo Zorrilla-; cuando odia, o está devorado por los celos, hiere con la lengua como con el hierro, y ruge en el cantar como el león". Pone como ejemplo, entre otras, las siguientes coplas, más relacionadas con el odio que con el amor:

Si en vía no me vengo
me vengaré en muerte.
¡Cómo andaré toas las sepurturitas
jasta que te encuentre!

Tengo que hacer un castillo
de cal viva y argamasa,
y allí tengo que meter
tiempo, ocasión y venganza.

¡Permítalo Dios...!
Que con el cuchillo que matarme quieres
te mataré yo.

Apunta luego a las amatorias. "El Romeo del pueblo, expresa así este delicado pensamiento:

Cuando voy a la casa
de mi querida,
se me hace cuesta abajo
la cuesta arriba;
y cuando salgo, 
se me hace cuesta arriba
la cuesta abajo".

Relaciona entonces el autor una escena del drama de Shakespeare Romeo y Julieta, en la que ambos se están despidiendo -una desde el balcón, otro en la calle- con algunas coplas andaluzas: 

Ya me voy, morena mía,
ya me voy porque amanece;
el lucero se ha perdío
y la luna no parece

Nunca me digas ¡adiós!
que es una palabra triste;
corazones que se quieren
nunca deben despedirse.
No quiero que te vayas
ni que te quedes
ni que me dejes sola
ni que me lleves;
Quiero tan sólo....
pero no quiero nada;
lo quiero todo.

"La expresión amorosa del pueblo -indica- se distingue de la erudita en que es más espontánea y profunda, y no se vale de rodeos para poner de relieve los estados de su ánimo. La imagen usada tiene tal viveza de colorido, que no vela la intención ni viste el propósito; la frase es atrevida a las veces, y a las veces tímida, pero siempre se muestra natural y franca". 

Los "deseos ardientes del enamorado" hallan en el que define como el "Romeo popular" unas  "notas propias y características, dignas de ser recogidas. Longo dice: "Quisiera ser su flauta para que me inspirase su aliento". Anacreonte sólo ambiciona "ser la sandalia hollada por su pie y el agua que lavara su cuerpo"; el pueblo, plagiando a Longo y Anacreonte, dice a la prenda de su pasión:

¡Quién fuera peine en tu pelo,
y alfiler en tu pechera,
y ruedo de tus enaguas,
y lazo de tus chinelas!

¡Quién fuera fino coral,
perla de tu gargantilla,
de tu cintura clavete,
de tu zapato la hebilla!

¡Quién tuviera la dicha
que tiene la luz,
que se apaga y se queda
donde estás tú!

Una alcazarra en tu casa,
chiquilla, quisiera ser,
para besarte los labios
cuando fueras a beber.

¡Quién fuera rayo de sol
que por tu ventana entraba;
para ayudar a ponerte
medias, zapatos y enaguas!.

En el campito llueve,
mi amor se moja;
¡quién fuera chaparrito
lleno de hojas!

¡Quién fuera clavito de oro
donde cuelgas tu candil,
para ver tu cuello blanco
cuando te vas a dormir!

Otro género de deseos no menos vivos e intencionados expresan los siguientes cantares:

No quisiera más ventura,
ni más dicha merecer,
que de tu boca a la mía
no cupiera un alfiler.

Hágame usté unos zapatos
con el tacón que levante,
que soy chiquita y no alcanzo
a los brazos de mi amante".

Habla a continuación del piropo. "Es el piropo esencialmente andaluz, y a buscarle orígenes lejanos, podríamos afirmar que tuvo principio en Grecia, allá en las risueñas playas del Mediterráneo, cuando Venus, saliendo de la salada espuma, se mostró en toda la plenitud de sus gracias a aquella raza helénica, suprema adoradora de la forma. Una sola palabra ¡olé! puede constituir el piropo, siempre que sea dicha con el alma, y se revele en ella la admiración, el entusiasmo y el éxtasis estético (...). El piropo, al que yo llamaría "la estela de la hermosura que pasa", engendra el requiebro, que no es más que la ampliación de aquel, o buscando una imagen más gráfica, "el piropo diluido en agua de rosa". Y aunque afirma que el piropo "no entra en el cantar", sí que lo hace el requiebro,  "que sirve a las mil maravillas para dar forma a esos entusiasmos plásticos y revestir la copla de brillantes, intención y colorido. He aquí la prueba:

En pasando mi morena,
tropieza to el que va detrás;
que va yenando la caye
de terronsillos e sal.

Eres como la verbena
que en el campo verde nace;
eres como el caramelo
que en la boca se deshace.

Mira cómo corre el agua
por debajo de la adelfa;
¡así corre por tu cara
la gracia de Dios, morena!

Tienes los ojillos grandes
como pieras e molino,
y partes los corazones
como graniyos e trigo.

Tienes ojos de paloma,
mejillas de leche y sangre,
y los cabellitos rubios
como la Virgen del Carmen.

Sobre las coplas tristes, explica que "son las que revelan más la unión de la musa andaluza con la gitana; estas últimas coplas conservan su sello propio, aunque se cantan indistintamente y modifican bastante a las que tienen origen menos flamenco:

¿A quién m'arrimaré yo
si no hay un pecho en er mundo
que quiera darme caló?

Vivo solito en el mundo
y de mí naide se acuerda;
busco en los árboles sombra,
y los árboles se secan".

Considera que "las coplas gitanas que recuerdan dolores o catástrofes familiares" son "más tristes que las andaluzas. Hay en ellas notas que revelan el dolor supremo; como que no tienen en el mundo más lazos que sus cuerpos, los que las cantan:

¡No me yores más,
que si me yoras, me yoras, me yoras,
me tiro a matá!

Cuando yo me muera
tendrás que yorá
muchas gotiyas, gotiyas de sangre
por la cariá.

La ovejita es blanca
y el praíto es verde,
y el pastorcito que la guarda, mare,
de peniya muere.

¡Orillita er río
sus ducas lloraba,
como eran fuentes sus ojitos negros,
crecieron las aguas!

Camisita de mi cuerpo,
ya no te lavas con agua,
que te lavas con el llanto
que mis ojitos derraman.

Si mi corazón tuviera
vidrieritas de cristal,
te asomaras, y lo vieras
gotas de sangre llorá.

Ya no me asomo a la reja
a que me solía asomá,
que me asomo a la ventana
que cae a la soledá.

"Basta lo citado -añade- para dar una idea de cómo el pueblo andaluz canta, llora y expresa sus más íntimos sentimientos; si hubiéramos de seguirle en todas las manifestaciones de sus pasiones y afectos, las citas serían interminables, y el cansancio del lector daría al traste con las bellezas que aun habríamos de hallar bajo la áspera corteza de sus coplas". 

En cuanto a los cantares satíricos y jocosos, no se detiene en demasía, ya que, indica, "por un leve extracto no podría venirse en conocimiento de ellos" y, además, tienen un "escollo" para "acomodarlos en ordenada serie con los amorosos y los tristes: lo descarnado que en tan libres rimas suele presentar el pueblo su pensamiento". Pero apunta algunos, entre ellos los siguientes: 

Primero que suba al cielo, 
el alma de mi escribano,
tintero, papel y pluma
han de bailar el fandango.

El día que tú te cases
quiera Dios que no parezcan,
 ni er cura, ni er sacristán,
ni las llaves de la iglesia.

A mí me llaman Peneque:
señor arcarde, ¿qué haré?
¡Vaya usté con Dios, Peneque,
que yo lo remediaré!

Concluye indicando que "en las abundantísimas colecciones de que me he servido para extractar estas coplejas, rebosan también las trovas, las saetas, las oraciones y otras rimas que merecen ser estudiadas; tan prolija búsqueda no es propia de una ligera ojeada que sólo tiende a fijar la atención de los lectores en este género de cantares de mi tierra".