Texto: Colm Toibin

Dirección, dramaturgia y música: Inmaculada Almendral

Escenografía, vestuario, adjunto a la dirección: Juan Dolores Caballero

Con: Charo Sojo

Músicos: Bruno-Axel (violín), Sancho Almendral (vilonchelo)

INMACULADA ALMENDRAL, JUAN DOLORES CABALLERO Y CHARO SOJO, ENTRE OTROS IMPRESCINDIBLES DE LA ESCENA ANDALUZA, DAN DIMENSIÓN TEATRAL, EN EL MARCO DEL PROGRAMA ÁGORA, A LA EXTRAORDINARIA NOVELA DE COLM TÓIBIN EL TESTAMENTO DE MARÍA

María, una de las figuras religiosas más importantes de la historia occidental, venerada por millones de personas, no tiene en los evangelios ni una sola frase. Siendo casi una niña, sólo pudo cumplir la misión que se le otorgó: ser madre del Hijo de Dios, con una pura concepción, portarlo en su vientre sin ni siquiera compartir una célula con él y parirlo a los quince años, en unos procesos ajenos a ella. Después, vino el cuidar a ese niño sagrado, verlo predicar entre los gentíos para, al final, acompañarlo en el espantoso camino hacia su crucifixión y muerte.

Desde niña, con una educación católica en un colegio de monjas, me extrañaba mucho que una mujer con un lugar tan importante en la historia, no hubiera dicho nada nunca, fuera una figura eternamente doliente, pasivamente dolorosa, terriblemente sola, desde los quince años atada a un destino inexorable que le partiría el corazón, sin posibilidad de intervenir en la educación de su hijo que incluso la alecciona a la salida del templo a pesar de tener doce años. Como mujer y habiendo experimentado la maternidad, no me ha parecido nunca verosímil.

Por otra parte, el que esa visión de una madre fuera la que se venerara, me inquietaba aún más por la pasividad, impotencia e irrelevancia social a la que se la destinaba. María aparece como espectadora pasiva de una terrible realidad sobre la que no puede emitir opinión siquiera y mucho menos cambiarla, solo sufrir en silencio. Poco a poco fui viendo con preocupación cómo esa actitud era la que más se valoraba para definir a una buena madre, a una mujer buena que acepta su destino mientras que las decisiones sobre su propia vida quedan fuera de sus posibilidades. Desde muy joven, casi niña, fui dándome cuenta día a día de cómo ese peso, como una gran nube densa, se instalaba sobre los hombros de todas las mujeres que conocía y del agravio social y sufrimiento que implicaba liberarse de él y elegir la propia vida.

Nuestra propuesta intenta responder a preguntas como: ¿qué sentía Maria? ¿hasta qué punto estaba de acuerdo con lo que estaba pasando? ¿hasta qué punto creía que su hijo era lo que se decía que era? ¿cómo vivió los milagros que presenció y los que le contaron? ¿qué sombras la invadían? ¿cuál fue su verdadero papel en los terribles acontecimientos vividos?

Estamos ante una obra que no nos deja indiferentes, un texto en el que Colm Tóibín, con una educación católica, transfigura la María del Nuevo Testamento en una heroína hermanada con Electra, Medea y Antígona, humanizándola y haciendo que se rebele contra la mordaza que le ha puesto la historia, que incruste su verdad en el relato oficial que la enmudeció.

Cuando leí la obra de Tóibin, tuve una epifanía: era la respuesta a la gran pregunta que me había rondado tantos años, la pregunta que me había alejado de la fe y que se repetía cada vez que veía una imagen de la Virgen. Tenía que dirigirla.

Inmaculada Almendral