Una escalera de madera sola en medio de una habitación oscura. Tan solo una lámpara cuelga sobre ella. Un fragmento del recuerdo de la infancia de la narradora, la domadora de versos. Aquella escalera de un edificio del centro de la ciudad en la que pasaba horas jugando, imaginando historias.

La escalera en realidad es un espacio cambiante. Una instalación viva que se modifica con cada palabra de la domadora de versos. Palabras en forma de poesía, un poema cargado de nostalgia y misterio acompañado por la sugestiva música, que bien puede salir de una caja de música como de un tocadiscos. De la escalera se abren puertas y ventanas que esconden toda una ciudad en miniatura. Casas de todo tipo y tamaños se reparten por sus escalones, creando un entramado de luces, de vida. De los lados, los focos que iluminan la ciudad cobran vida. Son sus habitantes, que sacan a pasear sus miserias y bondades.

La escalera se divide en dos, descubriendo una suerte de rellano donde se proyectan las sombras de una habitación. Allí vive Lua, una pequeña niña-lámpara obligada avivir una vida anodina. Porque allí, en aquella ciudad llena de luz, todos temen a la oscuridad. Hasta que, una noche Lua se pregunta ¿qué pasaría si no hubiera luz? Lua se arma de valor, tira de su cable y se desenchufa. La escalera vuelve a cambiar. Ahora estamos en el terreno de las sombras, de la oscuridad.

Unos personajes esquivos que corren a esconderse al ser descubiertos. Lua tiene miedo, tanto como el que le tienen las sombras. Todas menos una, que queda atrapada ante la luz de Lua. Es entonces cuando ambas se dan cuenta de que no tienen nada que temer la una de la otra.

Así comienza el viaje de Lua hacia la oscuridad. Ese lugar en el que todos los habitantes de la ciudad creen que no hay nada bueno. Ese lugar sin estímulos ni distracciones que llevan evitando años. Sombra mostrará a Lua como en la oscuridad también se esconde la belleza.

Lua es un viaje de la luz hacia la oscuridad, en el que la escalera de aquella comunidad de vecinos del centro de la ciudad pasa de ser un simple bloque de madera a cobrar vida gracias a un recuerdo infantil, componiendo espacios de gran belleza a cada paso que dan Lua y Sombra.