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Nov
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Achterland (1990)

ANNE TERESA DE KEERSMAEKER / ROSAS

 

Coreografía: ANNE TERESA DE KEERSMAEKER Pieza para 10 bailarines ESTRENO EN ESPAÑA recreación 2018

 

DOS ESPECTÁCULOS, UNA PELÍCULA-INSTALACIÓN Y UN CURSO IMPARTIDO POR FUMIYO IKEDA PARA INTÉRPRETES PROFESIONALES, ES EL PROGRAMA QUE HEMOS PREPARADO COMO JUSTO RECONOCIMIENTO A UNA OBRA MAYOR, LA QUE ANNE TERESA DE KEERSMAEKER LLEVA REALIZANDO DURANTE MÁS DE 35 AÑOS.

EL TEATRO CENTRAL, EL CENTRO ANDALUZ DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y EL CENTRO ANDALUZ DE DANZA UNEN SUS ESFUERZOS PARA HACER POSIBLE ESTE ACONTECIMIENTO ÚNICO EN ESPAÑA.

 

Andalucía, más concretamente Granada y Sevilla, tenía una deuda de agradecimiento a esta figura única de la danza de internacional y hemos decidido cumplirla.

 

Fue el Festival Internacional de Teatro de Granada el que en 1984 dio a conocer en España a una artista, destinada a hacer historia, que acababa de deslumbrar a propios y extraños en el Festival d’Avignon del año anterior con el mítico Rosas danst Rosas; después, en el mismo festival, se pudieron ver Bartók / Aantekeningen (1987) y Stella (1990).

 

En 1992 fue Sevilla la que, de la mano de la artista belga, se situó en primera línea de la escena internacional, junto a las grandes capitales europeas, con Mozart / Concert Arias. Un moto di gioia, espectáculo coproducido por Expo 92, en el que 13 excelentes intérpretes bailaban distintas partituras del compositor austriaco, interpretadas en directo por la Orquesta de los Campos Elíseos, dirigida por Philippe Herreweghe.

 

Desde entonces hasta aquí, Anne Teresa nos ha ofrecido noches de danza memorables en el escenario del Teatro Central. Como botón de muestra solo recordaremos la mágica velada en la disfrutamos de Rain (febrero 2017).

 

Raros son los coreógrafos susceptibles de ofrecer un acontecimiento como el que tendrá lugar en París desde mediados de septiembre hasta finales de diciembre en el marco de su Festival de Otoño , donde once piezas diferentes de la Keersmaeker se presentarán en diferentes teatros de la capital francesa.

 

Seguramente nada de lo conseguido habría sido posible sin la persistencia sin fisuras de un trabajo de compañía, a veces incluso obsesivo, desde que Anne Teresa De Keersmaeker, recién salida de Mudra, la escuela de Maurice Béjart, decidiera recorrer un camino personalísimo desde comienzos de 1980.

 

Para comprender el misterio del universo interior de esta coreógrafa, es básico tener en cuenta que para ella la música es mucho más que un mero ingrediente de sus espectáculos, se trata más bien de una escuela de formas. El minimalismo de sus comienzos -Steve Reich, Thierry De Mey- se ha ido abriendo progresivamente a una increíble paleta de fuentes antiguas – el Ars Subtilior medieval– o clásicas – Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart–, modernas – György Ligeti, Eugène Ysaÿe, Arnold Schönberg, Anton Weber– o “jazzísticas” – Miles Davis, John Coltrane.

 

Todo ello sin transigir en el estudio permanente del movimiento bailado, del que se destila una especie de tono jubiloso y clarividente en las líneas de composición de sus coreografías.

ACHTERLAND: UN ESPECTÁCULO DESLUMBRANTE DEL QUE SE SALE HENCHIDO DE FRAGANCIAS MUSICALES Y DANZADAS, QUE SOLO EL PROFUNDO TALENTO DE UNA GRAN COREÓGRAFA Y EL IMPACTO DE UNOS INTÉRPRETES DE ALTO NIVEL PUEDEN OFRECER.

Achterland es una pieza muy danzada. Más que eso, en ella se celebra el radiante encuentro entre los cuerpos intensos y vivaces de unos grandes músicos y unos inquietos y deslumbrantes bailarines. El placer es inmenso.

 

En el espacio depurado y sobrio, sobre un hermoso suelo de madera clara y lisa, los bailarines, como fuegos fatuos, nos producen el efecto de una ilusión. Tres hombres y cinco mujeres parecen dedicarse mutuamente sus proezas sin jamás pertenecerse. Música y danza se confrontan con la misma inteligencia sutil. La danza es brillante, sin barnices, implacable y precisa, fluida y eléctrica. Del soberbio dominio técnico de los cuerpos, escapan mil y un ensueños, como un constante resurgir de las pulsiones de amor y deseo.

 

De este modo, las cinco bailarinas se mueven provocadoras e insolentes, con un aire de cínicas lolitas. Los chicos, más solitarios y menos numerosos, perturban sensiblemente el juego femenino; persiguen a propósito los espacios que ellas han atravesado y luego abandonado.

 

Entre los hombres y las mujeres surge un ondear de sueños impenitentes, una oleada de deseo absoluto. En esos cuerpos que nunca se abandonan, la danza, sin embargo, no parece existir más que para el otro sexo, modelada para él, pero contra él, al lado de él, sobre sus huellas… Interiormente insatisfecho. Delicadeza e insolencia. Como en las cacerías más peligrosas, esta búsqueda electriza la agudeza de los sentidos que están al acecho. Achterland tiene algo de eso.

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