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Título: Contra la lectura: Un ensayo dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables

Autora: Mikita Brottman

Fecha de edición: 2018

ISBN: 978-84-17059-54-5


Un libro ágil que desmonta mitos sobre la lectura

Rosa Mª López Rodríguez, asesora de ámbito lingüístico del CEP de Granada

Me ha parecido una obra interesante. La tesis de Brottman de que no hay nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer es interesante y casi una evidencia (p. 37). De primeras, me ha resultado divertida la analogía entre lectura y masturbación porque tiene que ver con uno de los últimos libros que he descubierto, y que recomiendo, Las buenas chicas no leen novelas (Barcelona: Península, 2013) de la italiana Francesca Serra.

Serra defiende la idea de que todas las mujeres somos pornolectoras y repasa a lo largo de la obra la relación entre mujer y lectura a través del deseo, la ficción, la masturbación, el consumo y la muerte. Lo recomiendo y lo propongo como lectura porque de alguna forma es una deconstrucción del mito de la mujer lectora como imagen beatífica y, además de tener otras coincidencias con la obra de Brottman, saca a flote los estereotipos, mayoritariamente masculinos, del canon literario universal, algo que considero necesario porque, a pesar de los discursos contra la “ideología de género”, ya va siendo hora de poner cada cosa en su justo lugar.

 

Brottman nos recuerda que la lectura hasta hace relativamente poco estuvo ligada a un público restringido (clérigos, nobles y, ya en la era moderna, a la burguesía rentista y ociosa que inauguró el gusto por la erudición y la bibliofilia) del cual la mayoría de las mujeres no formábamos parte e, incluso, al que teníamos prohibido pertenecer. La democratización de la lectura creó nuevos mitos, entre ellos, el del poder terapéutico de la lectura, que Brottman insiste en refutar. Otro mito más actual es el miedo de que la era digital destruya el libro, argumento que no soporta el contraste con los datos estadísticos sobre índices de lectores y publicaciones. Aquí hay otra coincidencia con otro conocido de nuestra tertulia, A. Baricco, recordad las reflexiones del italiano en Los bárbaros sobre la pérdida de calidad de las publicaciones masivas del momento. En Contra la lectura se afirma que el peligro no está en la muerte de la lectura, sino en la muerte del criterio (p. 21) y algo de cierto hay en ello.

Empecé a leer el libro con interés, me pareció que tenía un estilo ágil. El uso de la primera persona y las continuas invocaciones a los lectores permite una mayor identificación con esta lectora tan voraz que ella misma representa, aunque el retrato que hace de sí misma durante su niñez y adolescencia me parece bastante siniestro. Yo también me escondía en mi casa para leer y la lectura me servía de refugio para evadirme de aquello que me rodeaba y que no me gustaba. Sin embargo, mis padres nunca hubieran permitido semejante aislamiento y friquismo. En esta parte del libro mi fe en él flaqueó.

He disfrutado con los comentarios sobre las bibliotecas, las manías de los lectores y el fetichismo que alimentamos algunos (me incluyo) por apilar libros y, sobre todo, con el apartado dedicado a las imposturas lectora de las que no creo que nadie se pueda librar. La alusión a Lodge es maravillosa, es un autor al que adoro por sus corrosivas historias (quienes dais clase en la Universidad, si no lo habéis hecho ya, por favor, leed El mundo es un pañuelo, ahí está la clave de por qué no me gustan los congresos). Por supuesto, yo confieso: no he leído Ulises de Joyce, ni El señor de los anillos (pospuesto todos los veranos). Y muchos clásicos me los leí en las ediciones de cómic de Joyas literarias juveniles de Bruguera (compartiéndolas con mi hermano). No comparto en absoluto su juicio sobre Don Quijote, sí el comentario sobre Tristam Shandy (razón por la que me acordé de Javier Marías, traductor de la obra y circunstancia de la que tan a menudo presume).

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