La ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1989, reconociendo no sólo su implantación y su patrimonio arquitectónico, sino la antropización de un territorio que tuvo el cultivo de la caña de azúcar como principal motor económico, que ha sido paulatinamente suplantado por el turismo.

 

El sistema de plazas de Trinidad, conformado durante el periodo colonial, ocupa un lugar primordial en la imagen urbana. La Plaza de las Tres Cruces, corazón del barrio del mismo nombre, se ubica en el extremo noroeste del Centro Histórico. Esta plaza constituía el espacio en el que se efectuaban distintas ceremonias simbólicas, ligadas en muchos casos a celebraciones religiosas que, como el vía crucis, tenían en ella la última estación, de ahí su nombre.

 

La arquitectura de este barrio es modesta en general, compuesta por casas entre medianeras, con patio posterior, siendo de resaltar la que configura la esquina entre las calles Real de Jigüe y San Antonio, una de las muchas mansiones trinitarias, cuya escala y significación son verdaderamente reseñables.

 

La intervención propiciada dentro del programa de cooperación internacional, trata de conservar los valores espaciales, urbanos y paisajísticos, rehabilitando el conjunto arquitectónico de manera que se conserve el patrimonio edilicio, a la vez que se mejoran las condiciones de habitabilidad de las viviendas.

 

La diferente escala y valor de cada una de las viviendas hace que no se produzca un único modelo de rehabilitación, sino que el proyecto se adecua a la singularidad de cada edificación, si bien en todos los casos ha primado la consolidación estructural, la conformación de una cubierta estanca, (ya que desde el año 2009, muchas de las cubiertas se habían perdido o quedado dañadas tras el paso del huracán Michelle), la dotación de las instalaciones básicas hidrosanitarias y de electricidad para garantizar la habitabilidad de las viviendas, la reparación de las carpinterías y revestimientos, y la pintura tanto interior como exterior.

 

 

De todas ellas, en las de mayor valor patrimonial como es el caso de Real de Jigüe nº 151, se ha optado por una rehabilitación integral, recuperando todos los elementos que la configuran, conscientes de que en este ámbito el proyecto conceptual y el constructivo deben ser una unidad indisoluble. Esto lleva aparejado el uso de las técnicas tradicionales de cal, tanto en los morteros como en las pinturas, que confiere no sólo plasticidad sino permeabilidad al vapor de agua, tema indispensable en un clima tropical como el de Trinidad.

 

De igual forma, en el espacio público se ha tratado de conservar los empedrados de las calles perimetrales, ya que forman parte del paisaje urbano de Trinidad desde que se ejecutaron en las primeras décadas del siglo XIX. En cambio en la plaza en sí, se ha optado por consolidar un pavimento terrizo, suavizando su pendiente y ajardinando el fondo de perspectiva, de manera que no se alteren las magníficas vistas que, sobre la sierra de Guamuhaya y el camino del Valle de San Luís, se tienen desde este espacio.

 

  

 

Presentación de los Programas de Cooperación en Cuba en el