Andalucía cuenta con uno de los capitales naturales más diversos y mejor conservados de Europa y forma parte de uno de los 20 puntos relevantes de biodiversidad del planeta. Con una riqueza de especies que incluye el 56% de los taxones de Interés Comunitario de la región mediterránea, y un número de endemismos muy superior a la de los países de la Europa Atlántica y de muchos mediterráneos, la alta diversidad biológica que la caracteriza está directamente relacionada con la alta diversidad de ecosistemas que se encuentran en la región: ecosistemas áridos, de alta montaña, marismas, dunas y arenales costeros, bosques, campiñas, etc.

Aunque muy diverso, el capital natural de Andalucía (sus ecosistemas y la biodiversidad que albergan), tiene como rasgo de identidad común su mediterraneidad y, en la mayoría de los casos, la existencia de una alta interdependencia entre el funcionamiento de los sistemas naturales y culturales, que ha sido esencial para mantener, a lo largo de la historia de la región, los flujos ecológicos y humanos, actuando como catalizador de la diversidad paisajística y modelando un territorio con ecosistemas capaces de sustentar una alta diversidad biológica y, a la vez, de mantener la capacidad de generar servicios fundamentales para el desarrollo humano. De hecho, esa relación bidireccional hombre-naturaleza, que ha condicionado el uso del capital natural y, con ello, la configuración del territorio andaluz, ha permitido y mantenido la existencia de ecosistemas relevantes, muchos de ellos hoy considerados de importancia internacional. En ese sentido hay que destacar que en Andalucía la superficie incluida en el Anexo I de la Directiva 92/43 CEE, que asimila el concepto de hábitat al de ecosistema, se extiende sobre casi tres millones de hectáreas, de las cuales alrededor del 43% se corresponde con hábitats prioritarios.

Algunos ejemplos en ese sentido se encuentran en las salinas costeras que hoy en día constituyen uno de los principales elementos para la conservación de numerosas especies de aves acuáticas, formando parte de las principales redes ecológicas y palustres del mediterráneo. Los ecosistemas de dehesa, en los cuales se conjugan aprovechamientos agrícolas, ganaderos y madereros, directos e indirectos, integrados con otros sistemas adyacentes, como los cultivos agrícolas (que proporcionan alimento al ganado en los momentos de carencia de pasto), los matorrales y los bosques. En el ámbito costero y marino, las dos fachadas claramente diferentes hacia el Océano Atlántico y hacia el Mar Mediterráneo, contribuyen a subrayar la elevada diversidad biológica, cultural y paisajística del capital natural de la región y, desde el punto de vista ecológico representa una de las áreas de mayor interés en el marco del océano global, al incluir los intercambios entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a través del estrecho de Gibraltar.