Página 120 - Huelva Nuevo

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Diego Ropero Regidor
Historiador
)
El estuario del
Tinto-Odiel
en la época del
Descubrimiento
L
a llegada de Colón a estas tierras, tan
alejadas de los principales centros eco-
nómicos y políticos a finales del siglo
XV, presupone, al menos, por las fuentes
que nos han sido transmitidas, que el genovés sabía
con exactitud donde recalaba. Procedía de Portugal,
en cuyo reino se había desposado haciendo, más tarde,
acopio de conocimientos en el arte de navegar, discipli-
na que los de Palos y Moguer perfeccionaron aportan-
do la experiencia de los viajes a Canarias y la costa afri-
cana, preludio del descubrimiento del Nuevo Mundo.
Cuando nos asomamos al balcón que nos propor-
ciona el elevado escarpe, desde donde se aprecia la
vasta planicie de la marisma, sus esteros y canales,
el arrecife que lleva al que fuera otrora un muelle
embarcadero que generara tanta actividad comercial
en el pasado, razón de ser de los vecinos de Moguer,
en rivalidad con los de Palos, la población más in-
fluyente de la comarca en tiempos de los viajes de
descubrimiento y rescate, no es fácil imaginar, ante el
silencio imperante y la ausencia de barcos, el trasiego
que debieron tener los puertos ribereños de enton-
ces, con sus extremos localizados de carga y descar-
ga, almacenes, barricas de vino que se exportaban al
extranjero, acomodadas junto a otros productos que
también tenían aprecio. De fuera llegaban aquellos
de los que se carecía, sobre todo trigo, textiles, cante-
ría, manufacturas diversas, además de obras de arte
que se repartieron por iglesias y conventos.
El río Tinto, ya legendario con el nombre de Urium o
Saltés, fue un fondeadero donde los barcos del descu-
brimiento encontraron materia prima y unas instala-
ciones propicias, las cuales se concentraban, con sus
calzadas, alotas y astilleros, en las inmediaciones de
los núcleos urbanos. Los puertos de los lugares co-
lombinos —sobre un promontorio el convento fran-
ciscano de La Rábida vendría a suplantar la fidelidad
con el paisaje de un antiguo templo romano— se
parecían y participaban, a pesar del férreo control de
las autoridades jurisdiccionales, de los intercambios
comerciales y de una fluida y exitosa comunicación
con otras plazas.
Fue la actividad comercial la que dio consistencia
a los marinos de Palos y Moguer, que afanados e
intrépidos exploraron la ruta atlántico-africana, fas-
cinados con el brillo del oro y el lucrativo negocio
de los esclavos; las pesquerías previamente concerta-
das con los dueños de los barcos acabarían llevando
El monasterio franciscano de La Rábida ante la unión
de los ríos Tinto y Odiel, con la isla de Saltés al fondo.
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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D