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las cargazones a mercados de la Península y de otros
países. Los hermanos Pinzón, de Palos, y los Niño, de
Moguer, armadores de élite que aunaron experiencia
y capacidad financiera, si no fueron los autores inte-
lectuales del proyecto, les cabe el reconocimiento de
haber hecho realidad el Fiat America que acabarían
entonando las cancillerías europeas.
De estas mismas aguas teñidas de rojo, espejo y sendero
de agujas de marear que marcaron itinerarios, salieron
hacia la supuesta India del Ganges e Insula Trapobana
la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña —botada
ésta en la ribera de Moguer años antes—, regresando el
15 de marzo de 1493 sólo las dos últimas, y otras expe-
diciones particulares con destino a las costas de Suda-
mérica. Un inmenso continente se interpuso a pesar de
la incredulidad del almirante: América, oculta para los
europeos hasta ese momento, más que descubierta fue
superada por la destreza de nuestros marinos. Estos via-
jes, como los que se prepararon en los puertos de Sevi-
lla, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz o La Coruña, fueron
concebidos y capitulados con un perfil comercial, lo que
no impidió que la exploración de las nuevas tierras obli-
gara a la Corona a través de la Casa de la Contratación
a ordenar y fiscalizar las navegaciones.
La euforia duró poco, pues los pequeños puertos del
Tinto serían relegados a un segundo plano frente a la
presión y solvencia de la metrópolis hispalense y otros
enclaves de la bahía gaditana. Se ha hablado mucho al
respecto, pero la razón de peso que provocó esta situa-
ción fue sobre todo política. Los puertos del estuario
del Tinto-Odiel quedaban dentro de la jurisdicción de
sus señores, salvo la mitad del de Palos que fue com-
prada por la Corona poco antes de emprender viaje las
naves descubridoras. Pero lo más llamativo, a pesar de
la importancia que tuvieron en la región, fue el rápido
declive de la actividad mercantil. Moguer, al contrario
que su vecina Palos, pudo sortear mejor el cambio de
aire debido a la extensión y riqueza de su término. El
río siguió siendo la razón de ser de sus habitantes, el
caudal nutriente que había alcanzado notoriedad a se-
mejanza de la más colosal sierpe: “in río Sibilia quam
in río Mogeri”, así quedó recogido en un embarque
de jabón que un comerciante genovés realizó en 1430.
Décadas más tarde el duque de Medina Sidonia fun-
daría el Puerto de San Juan con la finalidad de evitar
que los productos agrícolas que salían de sus territo-
rios tuvieran que atravesar los dominios del señor de
Moguer, quien ya había previsto la trascendencia que
el río tenía en la vida de los vecinos. Los recursos natu-
rales, como la sal, el impuesto del pescado, el barcaje,
la saca y entrada de mercancías, además de las rentas
por otros conceptos, engrosaron la hacienda señorial
y auspiciaron la consolidación de uno de los núcleos
de población más importantes de la época colombina.
Esta situación relevante se mantuvo, con más o menos
altibajos, hasta mediados del siglo XIX, cuando Améri-
ca se apresuraba como destino ideal para emigrar, de-
jando atrás las penurias y el recuerdo de unos antepa-
sados que se hicieron a sí mismos en largos y penosos
periplos ya fuera por codicia o por el noble deseo de
alcanzar la fama entre los mortales.
Réplica de la nao Santa María fondeada en la Ría
de Huelva hacia 1929.
Colección José Granados.
El estuario del
Tinto-Odiel
en la época del
Descubrimiento
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