Página 19 - Huelva Nuevo

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Un paisaje hecho en la historia
El lugar no era el mejor para vivir fundamentalmente
por la falta de agua para beber, pero su posición privi-
legiada en la costa hacía palidecer todos los posibles in-
convenientes. En efecto, se trataba del extremo de un
espolón que se adentraba en el mar partiéndolo en dos
grandes entrantes, al final de los cuales desembocaban
dos importantes ríos. Sus aguas, al mezclarse con las
marinas, propiciaban el desarrollo de densas poblacio-
nes de peces y de otras, no menos abundantes, de mo-
luscos y crustáceos en las orillas, fáciles de recolectar
y por ello garantes de un alimento siempre disponible
que ahuyentaba el temido fantasma del hambre. Pero
¡ay! no había ríos ni arroyos cerca, los manantiales de
agua dulce quedaban muy al interior, lejos de la costa.
Sin embargo, esa posición adelantada aseguraba el
acceso al mar y facilitaba el control de las relaciones
comerciales con otros asentamientos costeros a veces
muy distantes, y las modestas embarcaciones veían
satisfechas sus necesidades portuarias en esa amplia y
doble escotadura bien defendida de los temporales.
Una vez establecida esta primera ocupación en el
territorio, se reproducen otras iniciativas similares en
los bordes de este doble estuario que, con el tiempo,
darán lugar a poblaciones como Gibraleón, Moguer,
Niebla… Pero la tendencia natural de cambio va en
contra de los primeros pobladores, la transformación
que se produce en el interior como consecuencia de
la minería y de la eliminación de la cubierta vegetal,
desencadena la erosión y el movimiento de centenares
de miles de toneladas de suelo que terminan siendo
arrastradas por los ríos al mar. Las antiguas rías se
aterran, los enclaves portuarios se desconectan de la
línea de costa, el mar se retira lenta pero regularmente
a causa de la continua sedimentación.
Sólo Huelva, el asentamiento pionero, ha sabido, ha
podido movilizar todos los recursos necesarios para
seguir disfrutando de un acceso al mar. El puerto,
obligado por las exigencias técnicas derivadas del
incremento en el tamaño de los buques y el tráfico
de mercancías, va alejándose de la ciudad a la que dio
origen, buscando a la vez terrenos para crecer y vías
marítimas de mayor profundidad, y cuando no lo
consigue, modifica la realidad con diques y dragados.
El resto de los núcleos urbanos se ven forzados a una
inevitable reconversión de las labores marineras a las
agrícolas. De ese proceso quedan, en algunos casos,
ecos lejanos en sus nombres, como Lucena del Puerto
o San Juan del Puerto.
La actividad minera y su industria asociada, concentra-
da en el frente portuario, ha generado también enormes
cantidades de residuos que se han arrojado a las maris-
mas circundantes. La mayores exigencias ambientales
y el conocimiento cierto de las consecuencias negativas
de estos residuos en el ser humano y en la naturaleza
han obligado a confinarlos en extensas zonas de las
marismas cubriéndolos con tierra vegetal para impedir
su movilización. Una operación con la que se cierra el
círculo y se marca el destino final al que se aboca este
territorio: lo que fue mar es hoy tierra firme.
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U N PA I S A J E H E CHO E N L A H I S T O R I A [
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