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Onoba tartésica y fenicia
Durante la última glaciación, hace unos 18.000 años, cuando el mar estaba a más
de 100 metros por debajo de su nivel actual, el entorno de la Ría de Huelva era una
planicie disectada por los ríos Tinto y Odiel. La gran transformación se produjo hace
unos 6.500 años tras finalizar el periodo glaciar y estabilizarse el ascenso del océano:
las aguas anegaron la costa, inundaron los antiguos valles y configuraron una vasta
ensenada, sujeta desde su origen al proceso de relleno debido a los arrastres fluviales
y al desarrollo de flechas y barras arenosas en su frente marino. En un punto central
de esta “proto-ría”, en las alturas que dominan la unión del Tinto y el Odiel, se formó
desde comienzos del primer milenio a. C. el núcleo de Onoba, durante los siglos
IX al VI a. C. destaca entre los principales focos de Tartessos, el reino de Occidente nacido de las relaciones entre la
población autóctona y los pueblos del Oriente mediterráneo, fenicios y griegos.
Tanto los textos clásicos como los hallazgos atestiguan la importancia del primitivo asentamiento onubense, surgido a
partir de un germen indígena al que se agregó un establecimiento fenicio hasta alcanzar, según algunas hipótesis, 35
hectáreas. De vocación esencialmente náutica y mercantil, en consonancia con su ubicación en el cruce de las rutas
terrestres y marítimas, Onoba se convierte en un concurrido emporio que da salida a la rica producción minera del
interior y recibe manufacturas, productos diversos, e ideas, de los colonizadores mediterráneos, acogiendo además
talleres de metalurgia, factorías de salazón y otras actividades.
Figura de bronce del dios fenicio
Melqart encontrada en la Ría de
Huelva, siglos VIII-VI a. C.
Museo de Huelva.
Cabeza de felino de una rueda de
carro de la necrópolis tartésica de
La Joya, Huelva, fines del siglo VII-
principios del siglo VI a. C.
Museo de Huelva.
Anillo de oro de los siglos VIII-VI a. C.
de la necrópolis de La Joya. Museo de
Huelva.
Escoria de minerales metálicos,
resto de las actividades de fundición
desarrolladas en Huelva en los siglos
VII-VI a. C. Museo de Huelva.
Arriba, terracota del siglo VI a. C.
hallada en la isla de Saltés.
Museo de Huelva.
Copa griega de cerámica
procedente de Huelva,
siglo VI a. C.
Museo de Huelva.
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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D
U N PA I S A J E H E CHO E N L A H I S T O R I A [
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Las rutas marítimas de Onoba la conectan con
ciudades del Mediterráneo oriental como Tiro,
Sidón y los puertos griegos, y, hacia el oeste, en
busca de estaño, con Galicia y las Islas Británicas.
El estero de Domingo Rubio configura
una ría a pequeña escala, con su boca
todavía casi despejada. A su lado resalta el
promontorio de La Rábida, utilizado como
lugar de culto.
En la isla de Saltés las huellas
de la presencia humana son
tempranas. Consagrada a
Hércules según Estrabón, acogía
un recinto sagrado.
Los objetos hallados en la
necrópolis de La Joya dan idea
del desarrollo que alcanzó la
cultura tartésica en Onoba.
La fértiles tierras en torno a la ribera
de la Nicoba propician el avance de
la agricultura, favorecida por el cultivo
de la vid y el olivo que introducen los
fenicios.
En la periferia de la Ría hay diversas
zonas húmedas, como la laguna de las
Madres, un humedal de aguas ácidas y
dulces en el que se genera turba.
El abastecimiento de agua se limita a
pozos de escaso caudal y a los modestos
manantiales que afloran al pie de algunos
cabezos.
Onoba se asienta en los cabezos frente a la Ría,
un estratégico emplazamiento con un puerto
abrigado, protegido por tierra y bien comunicado
con el interior. En la parte baja se concentra una
intensa actividad mercantil e industrial.
El principal rasgo de la geografía de Onoba
es la presencia de una extensa bahía
mucho más abierta que en la actualidad y
delimitada por acantilados marinos.
Los valles de Tinto y el Odiel son el
cauce natural de comunicación de
la costa con el interior, por donde
se canalizan la plata, cobre y oro de
las minas de Sierra Morena para su
exportación.
En los alrededores de Onoba
surgen varios asentamientos
tartésicos menores, como
el que hay hacia Aljaraque,
donde se han descubierto
restos tanto indígenas como
fenicios y griegos.
Las aguas practicables para la navegación
se extienden hasta las proximidades de
Gibraleón, en el Odiel, y más allá de
Lucena, en el Tinto.