Página 69 - Huelva Nuevo

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El yacimiento de la desaparecida ciudad de Saltés.
Casa de Velázquez, Madrid.
De Tartessos a Saltés
Orígenes de Huelva y su entorno
a occidente por el interior de las colinas terciarias y que
no es difícil localizarlo en las faldas del “Conquero”
por la humedad del terreno, el color rojizo que toma la
ladera y la abundante vegetación de su entorno, permi-
tiendo extraer el agua mediante una caña o un tubo, de
ahí que esta zona de los cabezos sea llamada popular-
mente, aún hoy, “el chorrito”.
Llegados a la ciudad que llamaron Onuba, los romanos
supieron aprovechar la escasez de agua construyendo,
en la segunda mitad del siglo I, un acueducto subterrá-
neo que no se nutría de una fuente, sino del acuífero de
los cabezos, cuya agua recogía y conducía con diversos
ramales. Una obra ingente que no sólo transportaba el
agua, sino que permitía decantar la arcilla arrastrada en
cámaras de nivelación y depósito, que eran limpiadas
gracias a respiraderos horadados en la superficie de los
cabezos, facilitando así que se pudiera bajar hasta las
cámaras. Realizada obra con ladrillos y pizarras, coinci-
dió con el momento álgido de las salazones de
Onuba
,
tiempo en el que también se usaron tuberías de hierro
y plomo en algunas casas.
Tras la caída del mundo romano nada sabemos del
acueducto en tiempos de los visigodos. Será a fines del
siglo X o los inicios del XI, cuando se vuelve a tener no-
ticias por los musulmanes, que abovedaron parte de la
galería y reforzaron el brocal de algunos respiraderos,
según se desprende de la intervención arqueológica.
Un siglo después de las obras, el musulmán Idrisi es-
cribió: “la isla de Saltis… está rodeada por todas partes
por el mar. Del lado de oeste casi toca el continente,
pues el brazo de mar… sólo tiene… medio tiro de
piedra, y por este brazo… se transporta toda el agua
necesaria para el consumo de sus habitantes”. Cu-
riosa y quizás equívoca descripción la de Idrisi, pues
si Huelva siempre estuvo escasa de agua y Saltés la
recibía de ella, no se entiende que en cada casa de la
isla existiera un pozo de agua potable, según escribió
Himyari, y un extraordinario sistema de aguas resi-
duales. No obstante, los geógrafos árabes hablan de
la abundante agua de lluvia recogida, de los prados
siempre verdes y los magníficos jardines, aunque no
se han encontrado aljibes.
Saltés con agua y Huelva tasándola aun con el acue-
ducto, siempre expuesto a la propia geología de los
cabezos que, con sus frecuentes desprendimientos a
través de los siglos, ha condicionado la vida de Huelva.
Esta dramática realidad y las modificaciones urbanas,
sobre todo desde la década de los sesenta del siglo XIX
por la explotación de las minas y el crecimiento de la
capital de la provincia, supuso el desmonte de los cabe-
zos del Molino de Viento y el del Cementerio Viejo, y
modificó el de San Pedro, de cuya ladera occidental se
tomó la tierra para desecar las marismas de los Bajos
del Carmen, cuya finalidad fue aumentar el suelo urba-
nizable hacia la ría del Odiel y eliminar los mosquitos
que provocaban el paludismo endémico de la época.
Cien años después, la implantación de la industria
química provocó una nueva migración hacia Huelva
que, necesitada de suelo urbano, dio al traste con los
cabezos de San Andrés, del Pino, La Esperanza, de La
Horca e irónicamente, el de Roma.
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