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Agua y vida
in
extremis
Sin embargo, esta afirmación contrasta paradójica-
mente con la imagen tradicional que tenemos del
Tinto. Hemos crecido con la idea de asociar este curso
fluvial con la ausencia de vida, cuando no con la muer-
te, a causa de la exacerbada contaminación minera
ocasionada por la actividad del hombre desde hace
milenios. En teoría, la hiperacidez de las aguas unida
a las elevadas concentraciones de metales pesados ge-
nera unas condiciones ambientales extremas en gran
medida incompatibles con la vida. ¿Falsa apariencia o
excepción que confirma la regla?
Investigaciones científicas desarrolladas en las últimas
décadas en el Tinto confirman no solo la peculiaridad
del sistema microbiano de este río sino, también, su
origen natural y sus notables valores de diversidad
biológica. Gracias al metabolismo de una serie de or-
ganismos microscópicos bacterianos (
Acidithiobacillus
ferroxidans, Leptospirillum
spp. y
Acidiphillium
spp.) ca-
paces de obtener energía a través de la oxidación del
hierro de las piritas se genera un ambiente oxidante
que, en última instancia por reacción química, da
lugar a la síntesis de sulfúrico responsable de la acidi-
ficación del medio. Nos encontramos ante un singu-
lar caso de condiciones extremas para la vida que, a
diferencia de otros conocidos, no está causado por
determinantes físico químicos del entorno —como,
por ejemplo, fuentes termales, volcanes o hielos
glaciares— sino por la propia actividad metabólica de
seres vivos. Un caso en el que la expresión de la vida
tiene como consecuencia una situación límite que
pone en cuestión otras formas de vidas. Algo similar
a lo que está ocurriendo con el desbocado éxito de la
irrupción de la especie
Homo sapiens
en el escenario
planetario. Sin embargo, en el Tinto, de nuevo la vida
se las ingenia para seguir floreciendo con ímpetu:
multitud de algas unicelulares y no menos de 1.200
especies de hongos filamentosos se llevan inventaria-
dos en estos lugares, en un insólito alarde de diversi-
dad ante la adversidad.
Adversidad que también impera en el ecosistema
estuarino marismeño de la ría de Huelva y no parece
obstáculo a sus reconocidos valores de productividad y
riqueza biológica. Los habitantes que pueblan estos há-
bitats se juegan a diario la vida bajo situaciones extre-
mas: se mueven entre la desecación por emersión ma-
real y el ahogo por inundación; entre la hipersalinidad
y la falta de sal durante eventuales lluvias torrenciales;
entre la amenaza constante de ser sepultados por limos
y arenas o terminar descalzados por la corriente… Sin
duda un ambiente hostil que más que una limitación
para la vida se convierte en un acicate. Algo semejan-
te ocurre con las halobacterias, capaces de alfombrar
de color rojo púrpura superficies de sal precipitada
en cristalizadores de las salinas; o con las
Artemias
,
diminutos crustáceos con apariencia de camarón, que
medran a sus anchas en aguas que pueden superar los
150 gramos de sal por litro, unas cinco veces la del mar.
Todo ello invita a reflexionar en la asombrosa tena-
cidad y plasticidad que manifiesta el fenómeno vital.
Siempre y cuando haya agua, la vida buscará su mane-
ra de expresarse aprovechando cualquier oportunidad,
por remota que sea. Aun en condiciones extremas,
que no
in extremis
—literalmente—, “en las últimas”.
Porque en la vida hay agua para todos los gustos, pero
no siempre al gusto de todos.
Azul turquesa en la marisma del Tinto.
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H U E LVA MA R Í T I MA Y M I N E R A . 1 9 2 9 [
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