Página 92 - Huelva Nuevo

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María Antonia Peña Guerrero
Universidad de Huelva
C
uando en 1909 las aguas onubenses
fueron enviadas a un laboratorio de
Madrid para su análisis, la respuesta
que acompañó al certificado químico
no pudo ser más contundente: “Pero ¿todavía vive
alguien en Huelva?” Hacía, de hecho, mucho tiem-
po ya que las aguas de Huelva, antaño consideradas
como “deliciosas” y célebres por su abundancia,
transparencia y calidad, se veían aquejadas por la
escasez, la turbidez y la insalubridad.
Desde mediados del siglo XIX, el sistema de abaste-
cimiento tradicional, procedente de un acueducto
subterráneo romano del siglo I d. C., se encontraba
ya en franco decaimiento. Aunque remodelada por
los pobladores andalusíes en el siglo XI, la compleja
red de galerías de ladrillos, respiraderos, lucernarios
y depósitos que, desde el santuario de la Virgen de
la Cinta, horadaba las elevaciones del Conquero
hasta penetrar en el casco urbano, había sufrido
inexorablemente las inclemencias del paso del
tiempo, la incuria de los hortelanos que destruían
las bocas de respiración y el abandono de unas
autoridades municipales carentes de fondos con que
acudir al mantenimiento y vigilancia de tan extensa
y complicada infraestructura. De hecho, desde prin-
cipios del XIX, la obstrucción de los atanores que
conducían el agua hasta el vecindario, había conver-
tido a la Fuente Vieja —una de las cajas de recep-
ción de aguas del acueducto—, en el único punto de
aprovisionamiento utilizable.
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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D
)
El agua
en la Huelva contemporánea