Córdoba Califal. Año 1000 - page 17

Un paisaje hecho en la historia
Córdoba, una gran ciudad a orillas de un poderoso
río en una dilatada llanura, nos puede inducir a la
falsa conclusión de que su emplazamiento es un lugar
dócil a la mano humana. Nada más lejos de la reali-
dad. Han sido necesarios miles de años para llegar a
esta situación.
El clima mediterráneo con su marcada estacionalidad
y la concentración de las precipitaciones en los meses
fríos favorece un comportamiento impetuoso de los
ríos, que en pocas horas pueden multiplicar por varios
miles de veces su caudal, lo que los convierte en un
peligro permanente. En la época cálida, lo que era en-
charcamiento y barro muta a sequedad y a pozas con
mosquitos y otros vectores de enfermedades.
Sin embargo el río con su corriente de agua es un atrac-
tivo tan poderoso que como un imán acerca a los hom-
bres a sus orillas. Ciudades y ríos forman un binomio
consolidado en el tiempo a pesar de las dificultades.
En un principio, los turdetanos sabedores de su debi-
lidad, ocuparon la colina situada junto a un arroyo y a
resguardo del río, lo que les facilitaba el acceso al gran
valle a la vez que los liberaba de las inundaciones.
El primer asentamiento romano ocupó luego otro
altozano lejos aún del gran río. Con el tiempo, la
nueva fundación se hace tan fuerte y segura de sí que
se atreve a extenderse hasta el mismo Betis, ocupando
sus orillas y levantando un puerto fluvial.
El poder de Roma se materializa además en la cons-
trucción de un puente que garantiza el paso entre las
dos orillas, circunstancia que confiere a la ciudad un
gran valor por ser el único paso, en cientos de kilóme-
tros, entre el litoral y las tierras al sur del valle con el
interior de la Península.
La decadencia del Imperio romano arrastra a sus ciu-
dades, que reducen su huella en el territorio. Tendrán
que ser unos nuevos conquistadores islámicos los que
recuperen lo que consiguió Roma. El espacio fluvial se
consolida y se acrecienta el control frente a las inunda-
ciones, con la construcción de un malecón por delante
de las murallas. El puente se reedifica, cosiendo defini-
tivamente el cauce del Guadalquivir a la ciudad.
El conocimiento en el manejo del agua y una demogra-
fía en continuo crecimiento facilitan la ocupación del
fondo del valle, que se trasforma en un espacio de alto
valor agrícola. Por otra parte, la cada vez más numero-
sa población de Córdoba requiere ingentes cantidades
de leña de la próxima sierra, que de esta forma se va
aclarando paulatinamente abriendo paso a zonas de
pastos para los cada vez más abundantes ganados.
No obstante, este paisaje intensamente humanizado
sigue conservando muy presentes los signos de una
naturaleza aún sin domeñar: en Sierra Morena se ense-
ñorea el lobo y en el valle, las enfermedades infeccio-
sas asociadas a las “aguas mansas”, como paludismo,
tifus o hepatitis, diezman a la población.
Pero a pesar de estas dificultades la gran atracción que
ejerce el río sobre la ciudad no ha dejado de fortale-
cerse. A esa unión pueden aplicársele los versos que el
gran poeta cordobés Ibn Hazm escribió en su libro
El
collar de la paloma
sobre el amado y su amada:
Cuando me voy de tu lado, mis pasos
son como los del prisionero a quien llevan al suplicio.
Al ir a ti, corro como la luna llena
cuando atraviesa los confines del cielo.
Pero, al partir de ti, lo hago con la morosidad
con que se mueven las altas estrellas fijas.
(
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