Córdoba Califal. Año 1000 - page 30-31

Desde el ocaso del Califato a comienzos del siglo XI, Córdoba cede en importancia y se reduce
notablemente en superficie y población. Muchos de los arrabales se despueblan, las ciudades
palatinas se extinguen y a fines del siglo XII los almohades rodean de murallas lo que queda de
su caserío, pasando a desempeñar el papel de gran base fronteriza. Una función que se prolonga
al cambiar de bando tras su conquista por Fernando III en 1236, sirviendo de pieza clave en la
frontera de la Andalucía castellana frente al reino nazarí de Granada hasta el fin de la Edad Media.
Ciudad señorial por excelencia, considerada la “que más caballería y gente noble tiene” de España en el
sigloXVI, disfruta por entonces de cierta recuperación, pasandode unos 28.000habitantes en1528 amás
de 50.000 a mediados de la centuria, cifra que la sitúa entre las mayores poblaciones de Andalucía y la Península. Su prosperidad
estriba en la copiosa producción agrícola y ganadera de su tierra (cereales, aceite, vino, ganado ovino y caballar sobre todo), en
sus manufacturas y labores industriales (textiles, artículos de cuero, molinería…), en su condición de mercado de rango comarcal
y regional, y en su calidad de sede administrativa, eclesiástica y nobiliaria. Sobre la trama urbana heredada, en los siglos XVI
y XVII abundan las intervenciones que renuevan su configuración y su arquitectura: en la Mezquita Aljama consagrada como
iglesia mayor se completa un templo cristiano y se erige una torre de corte clásico, a las parroquias fernandinas y mudéjares se
suman iglesias, conventos, hospitales y palacios de aire renacentista y barroco, la puerta del Puente se monumentaliza al estilo
del Renacimiento, se traza la Corredera como plaza mayor, y se erigen varias fuentes para mejora de las dotaciones públicas.
Córdoba en el siglo XVI, ciudad señorial
A la izquierda, remate de la fuente del Potro de Córdoba, dibujo de Antonio del Castillo, hacia 1660.
Museo de Bellas Artes de Córdoba.
A la derecha, vista de Córdoba en un grabado de la obra
Civitates Orbis Terrarum
, 1617.
Retrato de Luis de Góngora, por
Diego Velázquez.
Arco monumental de la puerta del Puente,
erigido en tiempos de Felipe II.
El río, los molinos y el Alcázar de los Reyes Cristianos,
en un
grabado de D. Roberts. Museo de Bellas Artes de Córdoba.
Los arrabales occidentales
han desaparecido. En su lugar
se extienden huertas, olivares
y tierras acortijadas con
algunos caseríos dispersos.
Aunque el tráfico fluvial
disminuye, se mantiene
el pasaje de barcas entre
Córdoba y las localidades
ribereñas aguas abajo.
La destrucción de Madinat al-Zahra es
tal que se olvida hasta su ubicación. En
las laderas de la sierra por encina de esta
ciudad perdida se asienta el monasterio
de San Jerónimo.
El abastecimiento y evacuación de
residuos aprovecha las redes y sistemas
anteriores. Sí supone un cambio la
proliferación de fuentes públicas, con un
propósito utilitario y simbólico.
Desde Córdoba salen hacia el
norte varios de los principales
caminos que comunican el valle del
Guadalquivir con la Meseta a través
de los puertos de Sierra Morena.
La ganadería ovina tiene especial importancia. Los
pastos y dehesas de Sierra Morena y manchones
de la vega y la campiña son frecuentados tanto por
los rebaños trashumantes de la Mesta como por el
numeroso ganado estante local.
Parte de los antiguos
arrabales orientales
perviven formando la
Ajerquía, el sector al este
de Medina amurallado por
musulmanes y cristianos a
lo largo de la Edad Media.
Al este de Córdoba surge en
el siglo XV el santuario de
la Fuensanta. A esta Virgen
se dirigen las rogativas para
librarse de las inundaciones.
El cultivo extensivo de cereales de
secano, base de la alimentación
de la sociedad cristiana, avanza
por la campiña, que se divide
en grandes fincas o cortijos en
manos de la nobleza y la Iglesia.
Varias represas o azudas jalonan
el curso del Guadalquivir en las
proximidades de la ciudad para
encauzar la corriente hacia los
molinos y facilitar la pesca.
Al otro lado del puente y ante la
torre de la Calahorra, edificada
por los castellanos sobre una
fortaleza musulmana, se halla el
arrabal del Campo de la Verdad.
La tradición andalusí perdura
en las aceñas y molinos
harineros que se reparten
por el río. Por las elevadas
rentas que producen, son una
propiedad muy codiciada.
Las palabras que le dedica
Ambrosio de Morales en 1571
ratifican la admiración que
despierta el puente: “largo y alto;
es uno de los más soberbios
edificios que hay en mucha
parte de Europa”.
Al oeste de Córdoba
sobresale el recinto fortificado
de la Alcazaba almohade,
completada en el siglo XIV
con el Alcázar de los Reyes
Cristianos.
A Córdoba
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
Luis de Góngora
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