

Las plantas son consideradas los únicos productores netos de energía de nuestro sistema biológico, con la excepción de algunos microorganismos. Son capaces de elaborar compuestos orgánicos complejos a partir del agua, del dióxido de carbono del aire, de la energía solar y de los elementos nutritivos del suelo.
Los fertilizantes tienen un papel fundamental en la producción de alimentos, piensos, fibras y energía. El suelo, en función de su potencial agronómico, tiene una capacidad limitada para abastecer las necesidades nutritivas de los cultivos. Esta capacidad puede ser mejorada gracias a los abonos.
No obstante y aun cuando los fertilizantes permiten restituir a los suelos los elementos nutritivos que las plantas extraen, o que los suelos pierden por lavado, retrograda y erosión, poniendo a disposición de los cultivos los nutrientes que precisan en cada momento, la protección del suelo debe constituir un elemento prioritario que debe estar basado en un buen abonado para garantizar el mantenimiento de la fertilidad de los suelos y su valor agronómico, presente y futuro, practicando una agricultura sostenible en la que los fertilizantes se empleen de forma racional, con máxima eficiencia y respeto al medio ambiente.
Para una fertilización racional es necesario conocer, entre otros elementos, los distintos tipos de fertilizantes, como por ejemplo el origen orgánico o mineral de los mismos, su riqueza en nutrientes, el momento de aplicación, cuál es su forma de actuación, etc.
La utilización de fertilizantes orgánicos, aunque también aportan nutrientes actúan, sobre todo, mejorando las propiedades físico químicas de los suelos y su actividad biológica, y los minerales, en cambio, aportan la mayor parte de los nutrientes en el estado que la planta precisa para su absorción radicular y/o foliar.
La gran variedad de nutrientes que un cultivo necesita para su desarrollo y la gran variedad de sustancias que podrían contener alguno de ellos hace que la normativa reguladora de este insumo agrícola ponga especial énfasis en la denominación, definición y composición de los mismos (abonos CE o abonos nacionales), la fijación de reglas comunitarias y nacionales relativas a la identificación, trazabilidad, etiquetado y cierre de los envases y el establecimiento de programas de control que garanticen las riquezas nutritivas y otras características de los fertilizantes, todo ello para velar por la utilización de productos que, aunque contienen nutrientes para las plantas y capacidad fertilizante, cuenten además con las garantías suficientes de seguridad para las personas y el medio ambiente.