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Del sombrero calañés al imán de la nevera

El Centro de Estudios Andaluces busca en el equipaje de los viajeros que han visitado la región desde el siglo XVIII hasta nuestros días para analizar la historia del souvenir

23/08/2013

Imagen tópica del folclore andaluz.

El paseante de una calle céntrica del casco histórico de cualquier capital de provincia andaluza suele encontrar a su paso tiendas de souvenirs, establecimientos que ofertan productos típicos para turistas (o tópicos para oriundos y transeúntes habituales, según se mire). Como reclamo, exhiben en sus escaparates desde cotizadas artesanías, como mantones bordados o abanicos y azulejos pintados a mano, hasta productos fabricados en serie como postales, prendas serigrafiadas y toda clase de miniaturas que reproducen los mensajes y la iconografía del folclore y la tradición más popular. En función de cada bolsillo, cualquier opción es válida si el souvenir en cuestión cumple con su cometido: preservar el recuerdo de una estancia, de una vivencia... Si cumple con "la titánica tarea de preservar la memoria de un tiempo en el que se fue feliz".

Ésta es su razón de ser, según la investigadora sevillana Rocío Plaza Orellana, doctora en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla, que ha emprendido la no menos titánica tarea de indagar en la antropología del souvenir para averiguar, a través de la historia de estos evocadores objetos, cómo fuimos, cómo nos hemos dado a conocer y cómo queremos mostrarnos al mundo ahora. A saber, la imagen que Andalucía ha ido formándose a lo largo de su historia como reclamo -la propia y la creada por otras culturas interesadas- recogida en la publicación 'Recuerdos de viaje. Historia del souvenir en Andalucía', editada por el Centro de Estudios Andaluces.

El estudio del souvenir está en estrecha relación con el viaje y con su historia, con la cultura del lugar de destino, con las circunstancias del viajero... En Andalucía, el despliegue de su imagen a lo largo del tiempo y la historia de su condensación en el souvenir "se fundamenta en una especie de reencuentro", afirma Rocío Plaza. ¿Cómo es posible que la imagen de Andalucía construida por los viajeros románticos haya permanecido nítida hasta hoy llegando incluso a forjar parte del imaginario colectivo? Ésta es una invitación para viajar en el tiempo y asistir a esta interesante encrucijada entre cultura, industria e identidad.

La seducción romántica

Nos trasladamos a mediados del siglo XVIII. El escaparate está en la calle: en los paseos, en los teatros, en las tertulias... No en grandes lunas de cristal. Los primeros viajeros se hacen con objetos, principalmente prendas de vestir: mantillas, flores para el pelo, abanicos, mantones y zapatillas de baile para las mujeres, y los hombres, sombreros calañeses, botas y hasta trajes de majo.

Sombrero calañés.

El aristócrata e hispanista inglés Richard Ford encargó a su esposa Harriet unas zapatillas a medida de seda rosa y cintas en el taller del maestro zapatero José Pérez, en la calle de la Sierpes de Sevilla. El autor de 'Carmen', Mérimée, le pidió a la duquesa de Montijo mantillas para sus amigas parisinas.

El poeta y dramaturgo Théophile Gautier adquirió en el taller del maestro Zapata en Granada una chaquetilla de terciopelo azul bordada en hilo de oro. Souvenirs distintivos de sus viajes a Andalucía a los que se sumarían también cuchillos y navajas, como la que compró el novelista italiano Edmundo de Amicis camino de Córdoba para protegerse en su viaje de los bandoleros, y castañuelas y guitarras, como las que se vendían en la tienda de los Pajez en Cádiz.

En sus memorias y libros de viajes quedaría inmortalizada cierta idea de España y, en particular de Andalucía. "Sus bailes, sus toros, sus mujeres de ojos profundos, sus caminos cuajados de aventuras, su Alhambra mágica, Sevilla o su laberinto de arcos de una antigua mezquita califal", explica la autora, servirían para escribir historias y leyendas que, a la postre, alimentarían el deseo de posesión de objetos materiales propios entonces de la cultura andaluza.

A medida que fueron llegando más viajeros, se fue gestando una pequeña industria, un conjunto de negocios personales, de artesanos y sastres fundamentalmente, que ofrecían aquello que los curiosos visitantes les iban demandando como testimonio de su visita. Avanzamos hacia la segunda mitad del XIX. A esta primera nómina de objetos se incorporarían otros productos fruto de esta incipiente industria, algunos de ellos ya disponibles en tiendas: figuritas de barro que representaban prototipos de personajes andaluces con sus atuendos (el bandolero, la gitana...), lozas (como la de la Cartuja de Sevilla) y antigüedades (monedas y pintura barroca), cuadros costumbristas, fotografías y postales.

Hacia la modernidad

Muchos de los elementos que formaron en un principio parte de la vida cotidiana de los andaluces se fueron convirtiendo en prescindibles en la vida diaria para relegar su existencia a determinados festejos y eventos. Este desgaste se produciría especialmente en las ropas. El ejemplo más ilustrativo es el del traje de majo, reconvertido en el traje del jinete andaluz, que a partir de 1840 dejó de ser de uso cotidiano para quedar reservado al mundo de la danza, los toros o las ferias. El Ayuntamiento de Sevilla le regalaría uno de estos atuendos a un joven príncipe Alfonso en el otoño de 1862 como recuerdo de la ciudad. "Los andaluces comenzaron a disfrazarse de sí mismos. Ponían ante los ojos de los turistas la construcción de una industria en la que su materia prima procedía de una cultura de la que apenas quedaban ya ascuas vivas", explica Rocío Plaza.

Eso que terminó llamándose turismo en Andalucía, ya en la primera mitad del siglo XX, se convirtió en un sector económico en auge. En la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 los objetos tradicionales ya estaban industrializados. Los souvenirs comienzan a estandarizarse, aún a caballo entre la artesanía y la industria: abanicos, castañuelas, guitarras, guantes, fotografías, guías de viaje, etc. La playa se incorpora como destino conviviendo con las grandes rutas patrimoniales (Granada, Sevilla, Málaga, Ronda, Córdoba).

Con la irrupción del turismo de masas, el consumo y la naturaleza global de la producción empuja a la generación de objetos tipificados basados en una iconografía reconocida previamente como "típica" de la cultura que los produce. "Unos ingredientes que a su vez conducen hacia el tópico, marco de una identidad con la que no todos los implicados se ven identificados, considerándola parte de un cuadro al que no pertenecen", argumenta la autora. Es lo que define como "la turistización del foclore" y con ello la estandarización del souvenir a merced de los intereses de las empresas touroperadoras y distribuidoras para satisfacer la demanda de una industria turística masificada: camisetas, azulejos, trajes de flamenca, toros, figuritas de bailaoras, vasos, imanes para la nevera y un larguísimo etcétera.

"Entre el pasado y el presente, en Andalucía la mayoría de los motivos que decoran o dan forma a sus souvenirs se comparten, aunque el tiempo haya cambiado su confección artesanal por otra industrial, y con ello sus materiales, sus formas y sus brillos. Una cadena de eslabones sin mella se ha ido tendiendo invisible uniendo al viajero con el turista a lo largo de dos siglos". La evolución quizá haya sido dispar, algunos de estos objetos han llegado hasta nuestros días vivos en el uso cotidiano, otros en cambio han quedado relegados o han abandonado su uso original, pero sea como fuere, todos forman parte de un espacio y de un tiempo, pero sobre todo, de una vivencia.