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Intervención de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en el acto institucional del Día de Andalucía

28/02/2014
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Conmemoramos hoy, de nuevo, el 28 de febrero, el Día de Andalucía, una gesta del pueblo andaluz que marcó su trayectoria histórica y un día que ha de servir también para la reflexión sobre el futuro que queremos para nuestra tierra.

Pero antes, es obligado dedicar unas palabras a Paco de Lucía. Su repentina muerte poblaba ayer mismo las portadas de los diarios de medio mundo y un estremecimiento recorrió Andalucía de punta a punta. Su genio creador, su manera de acompañar la interpretación, revolucionó un arte, el flamenco, que marca de manera imborrable la identidad de nuestra tierra.

La capacidad de emocionar de Paco de Lucía lograba transmitir en unos pocos acordes el alma hermosa de Andalucía, ubicada entre las dos aguas que él tan bien supo interpretar.

Descanse en paz y perviva en la memoria de los andaluces y las andaluzas.

Quiero también comenzar dirigiéndome a aquellos que hoy son nuestros invitados más especiales, los que han sido distinguidos por la comunidad por los méritos que ya han sido glosados hace unos minutos y en nombre de los cuales ya ha hablado, y con tanto corazón, Miguel Ríos.

Hoy es, sin duda, un día para el reconocimiento de quienes tanto se esfuerzan por su tierra y que son ejemplo para miles y miles de andaluces que hacen gala de entrega y de amor al trabajo bien hecho.

Al distinguirlos con estos galardones, bien podríamos decir que Andalucía se distingue a sí misma en la persona de estos hijos suyos, el espejo donde miramos lo mejor de nosotros mismos y de nuestra tierra.

Gracias a todos y a todas, por vuestra presencia aquí y por vuestro trabajo día a día en Andalucía. Gracias por vuestra forma de amar a Andalucía y de hacerla una tierra mejor. Y gracias, Miguel, por tus palabras en nombre de los premiados. Permíteme decirte que quienes de alguna manera vivimos en la carretera, te llevamos muy a menudo, a ti y a tu música, en el corazón y en los labios.

El 28 F es un día para la celebración y, así ha sido siempre entre nosotros, para la alegría.

Pero yo hoy quiero dirigirme especialmente a aquellos que, muy probablemente, no tengan muchos motivos para estar alegres. Llevamos seis años de crisis económica en nuestro país y sus efectos, especialmente las cifras inasumibles de desempleo, se hacen ya insoportables para muchos andaluces y andaluzas y muchas de sus familias. Debemos ponernos cada día en la piel de quienes están sufriendo esta situación en nuestra tierra.

Por ello, al conmemorar este 28 de febrero, tengo muy presentes a todas esas personas:

A los que buscan un trabajo y no lo encuentran, especialmente los más jóvenes pero también a esos mayores de 50 años que necesitan una esperanza y merecen una oportunidad.

A los que viven con la incertidumbre de poder perder su empleo; a los que han visto reducidos sus derechos y empeoradas sus condiciones laborales.

A los pensionistas gracias a cuya solidaridad viven muchos miembros de sus familias.

A los que les cuesta poder pagar todos los meses sus hipotecas o los suministros vitales de sus viviendas.

A los emprendedores que han de enfrentarse a mil obstáculos para mantener a flote su actividad empresarial.

A los trabajadores públicos, y muy especialmente a los de Andalucía, gracias a cuyo esfuerzo y sacrificio estamos pudiendo mantener los niveles de calidad en los servicios públicos en Andalucía.

Todos ellos son el rostro de una situación bien difícil y bien complicada y todos ellos deben sentir el respaldo y la solidaridad de toda la sociedad. Desde luego, se lo transmito como presidenta y en nombre de todo el Gobierno de la Junta de Andalucía.

Ojalá la recuperación económica de la que se habla sea cierta y duradera. Pero a todos esos andaluces y andaluzas les digo que nuestro objetivo no es tanto que llegue la recuperación como que la recuperación les llegue a ellos, a sus vidas y a sus familias y que lo haga cuanto antes. Ése es nuestro compromiso y en esa tarea no vamos a regatear ni un solo esfuerzo.

La política tiene sentido si es para las personas. Quizás una de las razones de la desafección política sea precisamente que los ciudadanos y ciudadanas nos ven a los responsables públicos alejados de sus problemas más cotidianos. Incluso nuestro lenguaje y la retórica política están a menudo poco o nada en conexión con lo que verdaderamente interesa a los ciudadanos y en muchas ocasiones transmitimos no aquello en lo que en realidad creemos sino en lo que pensamos que la gente quiere escuchar.

Eso, ciertamente, es algo que nos debe preocupar, y que debemos corregir, alejándonos no sólo de la autocomplacencia sino también de los argumentos auto justificativos y exculpatorios. Si la política no sirve para resolver los problemas reales de las personas, entonces no es una política útil. Tengámoslo claro y cambiemos lo que tengamos que cambiar.

A ese sentimiento, más o menos justificado, pero realmente existente, de la lejanía o, lo que es peor, de la inutilidad de la política, hay que sumarle los casos de corrupción que nos abochornan a todos, y especialmente a los que entendemos la política como instrumento para hallar soluciones a los problemas de las personas.

La alternativa a este estado de cosas está en nuestras manos, en las de todos, en los que tenemos responsabilidades públicas y en la propia sociedad civil. No se conoce ningún instrumento como la democracia representativa más eficaz para canalizar los distintos intereses en una sociedad y para defender los derechos de los ciudadanos, su libertad, y su igualdad básica.

Los que tenemos responsabilidades públicas tenemos que demostrar esa voluntad de cambio y de regeneración que nos piden los ciudadanos es real, que vamos a propiciar que se involucren intensamente en los procesos de participación y no que, como tantas veces sucede, sientan la tentación de huir de la política.

Por encima de cualquier otro condicionante deben primar los valores morales y los principios éticos, tenemos que impulsar todos los mecanismos que garanticen la mayor transparencia y rendición de cuentas y que estimule en todo momento la plena corrección de nuestras conductas. Conductas que siempre, pero más aún en este contexto, han de ser ejemplares, austeras y transparentes.

Y déjenme que, en este contexto, recuerde la labor de los otros políticos, los que no están en los gobiernos o en los parlamentos pero que llevan día a día a cabo una insustituible labor de cercanía y de cohesión social y territorial.

Me refiero, claro está, a esos miles de alcaldes y alcaldesas y de concejales y concejalas de todas las formaciones políticas que día a día y en ocasiones de forma silenciosa y poco reconocida, se entregan a la causa de sus vecinos, de sus pueblos y de sus ciudades y son un factor de progreso fundamental para nuestra tierra andaluza.

Si Andalucía tiene hoy una alta capacidad de autogobierno se debe en gran parte a que en su momento, los ayuntamientos tiraron hacia delante de la autonomía.

Y si, a pesar de todo, Andalucía es hoy una tierra de integración social, de calidad de vida y de convivencia, es en buena medida gracias a ese esfuerzo monumental de nuestros Ayuntamientos, que se merecen el mayor de los reconocimientos como lo que verdaderamente son, instituciones muy útiles y necesarias para la calidad de vida de la gente y para la calidad de nuestra democracia.

El 28 de febrero que hoy conmemoramos, Andalucía hizo historia en la construcción del Estado de las Autonomías sobre el que se asienta en la Constitución Española.

En efecto, durante demasiado tiempo, a Andalucía sólo se le ofreció desigualdad, abandono y marginación. Y aquel 28-F los andaluces decidimos coger en nuestras manos el destino de la comunidad para intentar hacer realidad el sueño de una Andalucía más justa, más próspera, más solidaria y que pudiera integrarse en pie de igualdad entre las distintas regiones de España y de Europa.

Es razonable hacer balance de estos años concluyendo que hemos avanzado mucho, pero todavía nos queda mucha tarea por delante.

Que hemos dado pasos decisivos en cuanto a la homologación de nuestra comunidad con su entorno más cercano.

Que muchos de los factores que antes nos alejaban del conjunto de España y de Europa, como las infraestructuras, las comunicaciones, los equipamientos básicos, los servicios públicos, la calidad en la formación del capital humano, nuestras universidades o centros de investigación son hoy, por el contrario, elementos que nos unen, que nos acercan al resto de España y a Europa y que nos permiten pelear en igualdad de condiciones por un futuro mejor.

Pero hemos de tener claro que sin autocrítica no hay progreso posible y no podemos olvidar que Andalucía sigue teniendo algunos problemas ante los que sería irresponsable cerrar los ojos.

El primero de ellos, el más grave, el que más nos debe preocupar es, sin duda, el del desempleo. Porque el empleo es lo que permite a las personas poder vivir con dignidad y es lo que establece la primera línea de fractura entre tener expectativas o carecer de ellas.

Por eso, nuestra primera prioridad es, debe ser y será crear empleo. Es el gran objetivo de la sociedad andaluza en su conjunto y va a ser la prioridad del Gobierno que presido.

Un objetivo que, por su trascendencia y envergadura, requiere que movilicemos todos los recursos de nuestra tierra para alcanzarlo. Con decisión y también con audacia, en el sentido de que no podemos estar condicionados por criterios ni instrumentos del pasado que hoy, en este nuevo tiempo que vive Andalucía, es necesario revisar.

A ese gran esfuerzo colectivo a favor del empleo estamos todos convocados y quisiera en este momento expresar mi agradecimiento a todos aquellos que, desde las empresas, desde las organizaciones de diverso tipo, están colaborando en este empeño demostrando así su confianza en esta tierra, su confianza en Andalucía.

Evidentemente, las urgencias del presente no pueden hacernos descuidar nuestros compromisos de futuro, todo lo que Andalucía necesita seguir haciendo para encontrar su lugar más adecuado en el escenario, cada vez más exigente y competitivo, de la globalización.

Las instituciones andaluzas tienen la obligación y la capacidad de mirar más allá de la coyuntura y poner todos los instrumentos y recursos necesarios al servicio de una apuesta rigurosa y continuada por un nuevo modelo productivo.

Esta tarea debemos hacerla necesariamente desde el consenso y el acuerdo, orientando este nuevo modelo cada vez más a la generación de valor añadido en nuestros productos y servicios través de la innovación, de la apertura al exterior y a aprovechar al máximo las fortalezas y oportunidades, que son muchas y en sectores muy variados. Solo así contaremos con una economía sólida y plenamente competitiva.

Junto a esa gran prioridad de crecer, crear empleo y desarrollar y fortalecer una economía plenamente competitiva, Andalucía, desde el nacimiento de la autonomía, ha hecho bandera del afán permanente por la cohesión social, por hacer realidad la aspiración de tantos andaluces por la igualdad que la situaron en el artículo primero de nuestro Estatuto como uno de los valores superiores de nuestra comunidad.

Lo cierto es que la experiencia histórica de Andalucía ha hecho que la solidaridad sea un valor indisociable de nuestra forma de vivir. Andalucía se traicionaría a sí misma si no hiciera todos los esfuerzos precisos para que ninguno de sus hijos se quede atrás y nadie se sienta abandonado, marginado o excluido en su tierra.

Nuestro modelo de autogobierno, el del 28-F y el de todos estos años de autonomía, es el que blinda el Estado del Bienestar y los derechos sociales. Es el modelo que hoy volvemos más que nunca a reivindicar como inequívocamente andaluz.

Por ello, la sanidad universal, pública y gratuita, nuestra atención a la dependencia y otros servicios sociales son conquistas irrenunciables en las que esta comunidad no está dispuesta a dar ni un paso atrás.

Gran importancia tiene la educación, que ha sido palanca fundamental para la transformación de nuestra comunidad, la que ha permitido extender y garantizar a toda la población uno de los más elementales derechos democráticos y para promover la igualdad real de oportunidades.

Tenemos que mantener este esfuerzo en la Universidad y en la formación en la empresa, porque de ello depende una mejor capacitación del capital humano.

También debemos ser conscientes de que invertir en cultura, facilitar el acceso a la misma, promover las industrias culturales, refuerza nuestro patrimonio creativo y nuestra identidad.

Y siendo la primera mujer que preside la Junta de Andalucía, permítanme que reivindique especialmente la igualdad entre hombres y mujeres. Ante cualquier discriminación a una mujer por el hecho de serlo, en cualquier aspecto laboral, salarial, familiar, profesional, debemos levantar la voz sin titubeos. En cualquier limitación o menoscabo de la capacidad de las mujeres para tomar sus propias decisiones de vida anida una profunda desigualdad porque, al final, se trata de la consideración de las mujeres como sujetos con menos derechos, más obligaciones y menos libertades.

El compromiso de esta presidenta y del Gobierno que presido es que no dar ni un paso atrás en materia de igualdad.

Los sucesos que tuvieron lugar en Ceuta hace apenas unas semanas y que se saldaron con la muerte de al menos quince personas nos han conmovido y han vuelto a poner en primer plano el drama de la inmigración irregular, con todas sus trágicas consecuencias. Andalucía, por su historia y su cultura, y por su condición de tierra fronteriza entre dos mundos y de puerta a Europa es particularmente sensible a esta cuestión.

Debemos de ser conscientes también de que estamos ante una de esas cuestiones que nos afectan a todos y que, como ocurre en otros aspectos derivados de la globalización, exigen el compromiso de todos y, especialmente, de los que reclamamos la acción concertada de las políticas de Estado con las de la Unión Europea, a la que debemos pedir una mayor implicación, porque ya no hablamos de las fronteras de España, sino de las de Europa.

Y, al mismo tiempo, todos tenemos que asumir que la suerte de todas estas personas es también nuestra suerte. Y ello, no sólo en defensa de los derechos humanos, sino porque, además, la perpetuación de esas desigualdades se convierte en una fuente de conflictos que, inevitablemente, nos terminan afectando.

No podemos considerar que las hambrunas, las epidemias, la mortalidad infantil, la ausencia total de expectativas de una vida digna no son nuestro problema y, al mismo tiempo, pretender que las víctimas de esa lamentable situación se queden en sus casas simplemente para no importunarnos. Eso no va a ocurrir y más nos vale que cuanto antes seamos conscientes de ello.

Andalucía se juega mucho en las relaciones con los países de la orilla sur del Mediterráneo. Entre otras cosas, por el espacio estratégico que ocupamos. Somos esa tierra fronteriza, lo que nos convierte en puerta de entrada a Europa y en el lugar de contacto entre dos mundos que no pueden darse la espalda.

Por ello, desde Andalucía apostamos por una política de acuerdo y cooperación desde una Europa que se proyecte también hacia el Sur y que sólo desde una mayor integración podrá influir seriamente en la escena internacional.

Para Andalucía, Europa es y será muy importante, porque se trata de una fuente permanente de oportunidades. Hoy todavía recibimos la solidaridad de otras zonas de Europa. Pero tengan la seguridad de que nuestro esfuerzo permitirá que, en un plazo no demasiado largo, las cosas cambien definitivamente y sea Andalucía la que pueda ofrecer su solidaridad también a otras regiones europeas. Sin duda ésa es nuestra aspiración.

El 28 de febrero de 1980 hizo su particular aportación a la configuración del Estado de las Autonomías.

Esa aportación, basada en la combinación del reconocimiento de los hechos diferenciales y del principio de igualdad, resultó decisiva y ha sido un elemento nuclear de nuestro modelo territorial todos estos años.

Es una evidencia que el Estado de las autonomías ha funcionado en España; ha sido capaz de reconocer la diversidad y pluralidad al tiempo que garantizaba la igualdad de todos, facilitando, además, un desarrollo de España mucho más equilibrado.

Pero las cosas cambian y ahora estamos en otro de esos momentos decisivos de la Historia y todos deberíamos coincidir en que nuestra comunidad, de nuevo, puede y debe jugar ese papel de equilibrio que nos corresponde.

Hoy, por diversas causas, nuestro modelo se ha convertido en inestable y han aparecido grietas que lo amenazan seriamente. Y, en una sociedad en cambio, son precisas innovaciones para garantizar la estabilidad, para encontrar un nuevo equilibrio que nos permita otra larga etapa de progreso y de convivencia en nuestro país.

Tenemos problemas territoriales en España, de nada sirve negarlo. Y la solución a esos problemas no va a ser, no puede serlo, ni los saltos al vacío que algunos plantean de forma irresponsable, ni intentar, simplemente, dejar las cosas como están.

Mucho menos volver atrás, hacia un proceso de recentralización del que nadie puede predicar que para esta tierra haya sido más justo, más eficaz o más eficiente.

Porque, a veces, cuando se dice que las autonomías son caras, quizás algunos estén queriendo decir que son caros los servicios que prestan: la sanidad para todos, la educación pública, los servicios sociales, que se llevan prácticamente el 80% de nuestros presupuestos. Si queremos entendernos, hay que hablar claro y explicar con transparencia qué es lo que se quiere y en qué se gasta hasta el último euro procedente de los impuestos de los ciudadanos.

España es nuestro proyecto común. Desde Andalucía creemos y confiamos en su futuro con unas reglas del juego que reconozcan nuestra diversidad territorial y propicien que todos puedan sentirse a gusto, y que al tiempo garanticen la necesaria cohesión social y territorial entre todos los ciudadanos y ciudadanas.

Para eso es necesario un sistema de financiación justo y razonable, suficiente y solidario, un sistema que, al contrario de lo que está sucediendo ahora, no sirva para ahondar las brechas entre unos y otros.

Es necesario un proceso de reformas y modernización que sólo es posible impulsarlo desde una visión global de España, que Andalucía siempre ha tenido. Nunca hemos tenido problemas de encaje en España. Y porque tenemos esa idea activa de nuestra pertenencia a España queremos ejercerla participando en los asuntos generales como comunidad, poniendo sobre la mesa del debate territorial todo nuestro peso histórico, demográfico y político.

Esa presencia relevante de nuestra tierra en la búsqueda de soluciones es, sin duda, lo que más le conviene a Andalucía y, si me lo permiten, lo que más le conviene a España.

Porque para muchos españoles, Andalucía es una garantía de que las cosas se harán bien, de que no habrá riesgos para la unidad de España, de que el principio de igualdad estará permanentemente salvaguardada. Y, al mismo tiempo, esas reformas serán respetuosas con las necesidades y las aspiraciones de todos.

Y ello porque nuestra identidad como pueblo está basada precisamente en valores universales como la tolerancia, el respeto al otro, la inclusión y la convivencia entre culturas diversas. Afortunadamente, la robusta personalidad de Andalucía ni existe ni se ha construido en oposición a nada ni a nadie.

Amigas y amigos, andaluces, estamos recordando los 75 años de la muerte en el exilio de don Antonio Machado. Andaluz, una de las cumbres de la literatura hispana, espléndida muestra de la riqueza y singularidad cultural de Andalucía y con una capacidad creativa demostrada a lo largo de siglos.

Y si es cierto lo que decía el Hijo Predilecto de Andalucía, José Saramago, que una de las mejores formas de conocer Andalucía es leyendo a Antonio Machado, también lo es que su propia figura nos acerca más a nuestra gente que los mil tópicos de aquellos que mal nos conocen.

Recordar a Antonio Machado, el andaluz que nos regaló la extraordinaria belleza de la dignidad humana, el poeta excelso y sobre todo el hombre bueno y comprometido con la libertad, nos da aún más fuerzas para reiterar que Andalucía es una tierra de confianza, una comunidad por la que merece la pena apostar.

Apostar por Andalucía desde la sencillez de las cosas elementales y cercanas, porque nada hay más elemental y más cercano para un andaluz que su tierra.

Como decía Machado a través de Juan de Mairena, "nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura".

En efecto, no perder nunca el contacto con el suelo, con la noble tierra de Andalucía, donde viven las personas, donde nacen los problemas y adonde debemos llevar las soluciones, poniendo en valor lo mucho que hemos avanzado, pero comprometiéndonos también a hacer las cosas mejor cada día. Los políticos, los primeros.

Esta, creo, debe ser nuestra apuesta diaria. Es la que debemos renovar hoy, este 28 de febrero, un día en el que siempre hemos de mirar hacia adelante, que nos alienta en nuestro compromiso con Andalucía; un día que es el mejor momento para convocar a todos los andaluces y andaluzas para salir adelante entre todos y conquistar, también entre todos, un futuro mejor para nuestra tierra.

Feliz Día de Andalucía.