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Arte que habla de Andalucía

Un recorrido por quince creaciones que dan testimonio de la riqueza patrimonial de la comunidad autónoma

28/02/2021

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El arte y la cultura hablan de la identidad de un pueblo, pero también de su talento. Andalucía es rica en manifestaciones artísticas. Aunque la relación de obras relevantes creadas por andaluces o expuestas en la comunidad es infinita, aquí ofrecemos un breve recorrido por algunas especiales. Todas cuentan historias y forman parte de nuestra Historia.

La guitarra española más antigua del mundo

La guitarra española más antigua de la que se tiene constancia está en Almería. Se expone en el Museo de la Guitarra Antonio de Torres, único centro dedicado de manera monográfica a este instrumento musical. Etiquetada en el año 1684, el ejemplar fue fabricado en Sevilla por el violero Thomas Durán y es la obra más emblemática del recinto expositivo. Su propietario se puso en contacto hace más de un año con el experto José Luis Romanillos, que autentificó el instrumento, tras lo que fue objeto de una cuidadosa restauración en París. La guitarra española de cinco órdenes es el instrumento más interpretado y fabricado a nivel mundial y el luthier almeriense Antonio de Torres (1817-1892), que da nombre al museo, está considerado padre de la guitarra española contemporánea.

Sarcófagos antropoides fenicios

Son únicos en España y, en el exterior, solo se conocen ejemplares similares en Sicilia y en la ciudad libanesa de Sidón. Se trata de un sarcófago masculino y uno femenino, expuestos en el Museo de Cádiz, que confirman la relevancia de Gadir en el mundo fenicio.  El primero, hallado en 1887, representa a un personaje masculino maduro, con cabello y barba bien arreglados, que sostiene en sus manos una granada y una corona de flores pintada. El trabajo de la piedra apunta a la labor de un artista griego o fenicio muy helenizado, buen conocedor de las técnicas de los grandes maestros del arte clásico del siglo V a.C.  El sarcófago femenino apareció en 1980 y tiene labrados en relieve sobre la tapadera los rasgos de una mujer: pies, brazos, senos, cuello, rostro y peinado. Solo los miembros de la clase dirigente eran enterrados en este tipo de sarcófagos, un lujo al alcance de unos pocos.

Colección de Zurbaranes de la Cartuja de Jerez

El pintor Francisco de Zurbarán realizó una serie de pinturas para el Monasterio de la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez de la Frontera, destinadas al retablo mayor y al sagrario. Eran 12 lienzos cuya temática fue elegida por los propios cartujos, que seleccionaron santos de especial importancia para la orden. El Museo de Cádiz exhibe actualmente una de las obras de gran formato ('La apoteosis de San Bruno') de esta serie, así como otras de menor tamaño. También muestra otras nueve pinturas de las diez que creó Zurbarán con destino a los pasillos del monasterio, que comunicaban el sagrario y el presbiterio. El misticismo de los rostros, la perfección de los tejidos y la simbología de los detalles convierten a este conjunto en una pieza fundamental de esta pinacoteca gaditana.

La chiquita piconera, de Julio Romero de Torres

Se llamaba María Teresa López pero ha pasado a la posteridad como 'La chiquita piconera', título de la obra del pintor cordobés Julio Romero de Torres para la que sirvió como modelo entre 1929 y 1930. Prototipo de belleza andaluza, la protagonista de esta pintura dedica una mirada penetrante al espectador mientras sostiene una badila de metal ante un brasero de cobre. Una puerta abierta al fondo deja ver la ciudad de Córdoba y el río Guadalquivir. No se trata solo de una escena de interior. 'La chiquita piconera' resume la trayectoria vital y artística de Romero de Torres y se ha considerado su testamento pictórico. La mezcla de ardor y frialdad, de dulzura y desencanto, de nostalgia y presencia en el lienzo sumergen en un ambiente hipnótico al visitante que la contempla en el Museo Romero de Torres de Córdoba.

Grabado del autorretrato de Velázquez, de Mariano Fortuny

Este grabado, que puede contemplarse en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, es uno de los más singulares del pintor, acuarelista y grabador Mariano Fortuny y Marsal. Obedece al encargo realizado por su amigo el barón Davillier para ilustrar la edición francesa de la Memoria de Velázquez acerca de 41 pinturas enviadas por Felipe IV a El Escorial. Para realizar el grabado, datado en 1873, el pintor catalán partió de un dibujo del supuesto autorretrato de Velázquez, que le fue enviado a Roma. Dicho dibujo gozaba entonces de gran prestigio y contribuyó a aumentar el fervor romántico por la figura de Velázquez. La pintura fue la principal dedicación de Mariano Fortuny y su acercamiento al grabado fue a través de ésta. Sus planchas reflejan así el efecto pictórico de sus obras, con el uso magistral de la luz y una factura suelta y ágil.

Jarrón de las Gacelas

Es una obra cumbre de la cerámica medieval y se encuentra expuesta en el Museo de la Alhambra de Granada. De hecho, nunca ha salido de la Alhambra desde su creación en la etapa de plenitud del arte nazarí. La leyenda 'La felicidad y la prosperidad' se repite en las asas y en el cuerpo de la obra. Su nombre proviene de cuatro gacelas presentes en la parte superior del cuerpo de este jarrón en el que alternan los colores blanco, azul y dorado. El visitante atento puede comprobar que las gacelas son similares, pero no iguales: dos son blancas y aparecen dentro de un arco vegetal en un frente; las otras dos, en el opuesto, son azules y están fuera del arco. La verticalidad de la pieza para su pequeña base -solo 14 centímetros de diámetro- es una de sus características más llamativas y es muy probable que tuviera algún tipo de soporte, aunque se desconoce cuál. Y un secreto: tiene un fallo de horneado en la parte superior del cuerpo, pero esto no afecta al magnífico resultado final.

Corona de Isabel de Castilla y espada de Fernando de Aragón

Entre toda la riqueza artística y patrimonial expuesta en el Museo de la Capilla Real de Granada, despiertan especialmente la curiosidad del visitante los objetos que fueron de uso personal de los Reyes Católicos: la corona y el cetro, el cofre, el espejo de la reina Isabel I de Castilla y la espada del rey Fernando II de Aragón. La corona de la reina destaca por su gran sencillez, con una parte superior calada con tallos entrelazados, granadas y hojas, mientras que su cetro, de un metro, presenta adornos de hojas superpuestas. El cofre o arqueta de la reina sobresale también por su belleza y valor; la tradición lo vincula a las joyas que vendió la reina para ayudar a Colón en su empresa descubridora, pero lo cierto es que el motivo religioso de su relieve apunta más a un relicario. No obstante, una de las joyas más sorprendentes es el espejo de la Reina Católica, de 72 centímetros de alto. La única pieza personal del rey conservada, por su parte, es la espada, una de las mejores de su época. Con una longitud de 92 centímetros, se cree que procede de taller italiano.

El Poema del Descubrimiento, de Daniel Vázquez Díaz

El Monasterio de Santa María de la Rábida, en Palos de la Frontera (Huelva), hospedó a Cristóbal Colón antes de partir hacia el Nuevo Mundo. Más de cuatro siglos después, el pintor nervense Daniel Vázquez Díaz plasmó en los muros de este recinto religioso 'El poema del Descubrimiento', un conjunto de frescos murales en los que narra los preparativos del viaje de Colón al continente americano. Los frescos, concluidos en 1930, se enmarcan en la exaltación americanista de las primeras décadas del siglo pasado. Vázquez Díaz brindó un homenaje a las gentes y a la tierra de Huelva, con retratos de frailes, campesinos y marineros, así como verdaderos paisajes en los fondos de las escenas. La prensa de la época ya subrayó que "el artista canta a su tierra natal, a los hombres de su estirpe y de su raza" representados "desde la llegada de Colón en el que La Rábida le tiende sus brazos hasta el dinamismo y portentoso 'panneau' de La partida de las Naves, El Pórtico de las dos Edades, El pensamiento del Navegante, Las Conferencias, Los Heroicos Hijos de Palos y de Moguer, y Las Naves'.

Guerrero de la doble armadura

En el Museo de Jaén se encuentra el 'Guerrero de la doble armadura', una escultura datada en la primera mitad del siglo V a.C., perteneciente al conjunto escultórico del yacimiento de Cerrillo Blanco, en Porcuna (Jaén). Es la única de todo el grupo que conserva la cabeza, lo que le otorga un gran valor documental. Se trata de un guerrero ataviado con la panoplia o equipo para el combate, en el que destaca su singular casco con refuerzos metálicos y la caetra o escudo ibérico. Su cabeza, de proporciones cuadradas, muestra ojos rasgados de grandes pupilas, nariz recta y una boca muy fina. Gracias al estudio de esta pieza, es posible conocer cómo era la indumentaria de un guerrero aristócrata del siglo V a.C. Se baraja la posibilidad de que la obra portara adornos en forma de piezas metálicas que se han perdido, ya que quedan hendiduras rectangulares en las que habrían estado colocados.

Bodegón con minotauro y paleta, de Pablo Ruiz Picasso

Pablo Ruiz Picasso se apropió del mito griego del minotauro -la cabeza de toro en un cuerpo de hombre- para hablar de la violencia latente en la naturaleza humana. La pintura 'Bodegón con minotauro y paleta', la última de una serie de cuatro obras que Picasso creó en noviembre de 1938, forma parte de la colección del Museo Picasso Málaga. Refleja la variedad de relaciones entre objetos que simbolizan la cultura (un libro, una vela, paleta y pinceles) y la destrucción, representada en la cabeza del minotauro. Pero el pintor malagueño ha querido aquí humanizar a la bestia: pese a los cuernecillos y las orejas ovaladas, los rasgos son humanos y la piel no muestra ni el pelo espeso ni el pellejo duro de un animal. La expresión es tranquila y la cabeza, carnosa. El conflicto entre creatividad y destrucción queda, en buena medida, desactivado.

Patio de la Casa Sorolla, de Joaquín Sorolla

Una luz deslumbrante y una paleta de amarillos, verdes y violetas, con pinceladas anchas y decididas. Así plasmó el pintor valenciano Joaquín Sorolla el jardín de su casa de Madrid, que él mismo diseñó siguiendo costumbres valencianas y sevillanas. Lo decoró con fuentes y estatuas, dispuestas de manera armónica, y una preciosa colección de azulejos valencianos con dibujo azul sobre fondo blanco. El Museo Carmen Thyssen Málaga muestra la obra 'Patio de la Casa Sorolla', integrante de una serie de estudios sobre el jardín y los patios de su residencia madrileña. No tienen fecha, pero se sabe que están realizados entre 1914 y 1920, en diferentes horas del día y distintas estaciones, aunque por la floración del jardín se cree que la mayor parte de las veces sería en primavera. "(...) La pintura, cuando se siente, es superior a todo; he dicho mal: es el natural el que es hermoso", sintetizó el pintor al referirse a la emoción que le producía reflejar el exterior.

Mosaico del Planetario

La división de la semana en siete días, de origen oriental, fue adoptada por los romanos a partir del siglo I. La denominación de los días está basada en la observación astrológica y la ordenación de los nombres se llevó a cabo según una estimación de las distancias entre la Tierra y los distintos astros, con el Sol priorizado como fuente de vida. Las identidades divinas que dan nombre a los días de la semana cobran vida en el Mosaico del Planetario, una superficie de 32 metros cuadrados instalada en una vivienda del Conjunto Arqueológico de Itálica, en Santiponce (Sevilla). Fechado en la segunda mitad del siglo II d.C., el mosaico presenta una composición de hexágonos en los que aparecen los bustos de siete dioses. Cada uno de ellos era la deidad titular de uno de los siete astros que los romanos consideraban planetas y que daban nombre a los siete días de la semana. Presidiendo el centro se encuentra la imagen de la diosa Venus, protectora de la familia y el matrimonio y muy ligada, por tanto, al ámbito doméstico. Venus (viernes) aparece tocada con una corona y una joya al cuello. Saturno (sábado) se representa con barba y con la cabeza cubierta por un velo. El Sol (domingo) tiene corona de rayos. Selene (lunes) lleva un vestido en tonos verdes y grises y una luna creciente a sus espaldas. Por su parte, el dios Marte (martes) porta coraza y casco con penacho. Mercurio (miércoles) tiene unas pequeñas alas en la cabeza. Por último, Júpiter (jueves) tiene barba poblada y un manto que le cubre los hombros. **Foto: Francisco José Marín Fatuarte**

Tesoro del Carambolo

La calidad de la materia prima y la pericia de los orfebres que realizaron el Tesoro del Carambolo lo convierten en un conjunto excepcional. Esta obra de orfebrería en oro, elaborada hacia el año 650 a.C, se encuentra en el Museo Arqueológico de Sevilla. Lo integran 16 placas rectangulares, dos pectorales o colgantes, un collar y dos brazaletes. Las piezas habían sido ocultadas dentro de una estructura oval, en la que también había abundantes huesos de animales y cerámica del tipo denominado 'carambolo', de ahí su nombre. ¿Quién sería su portador? La interpretación más aceptada apunta al exorno de un dignatario religioso o político, o quizás de dos, ya que, aunque todos los elementos parecen haber salido de un mismo taller, se pueden identificar dos conjuntos atendiendo a la decoración. Una interpretación posterior añade una nueva hipótesis: la posible utilización de algunas piezas en el adorno de toros sagrados.

San Bruno, de Juan Martínez Montañés

El escultor Juan Martínez Montañés, nacido en Alcalá la Real (Jaén), recibió el encargo de realizar una escultura de San Bruno, fundador de la orden cartuja, que iría destinada a la iglesia del Monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, en Sevilla. Hoy se encuentra en el Museo de Bellas Artes de la capital andaluza. El artista ya contaba con 66 años y realizó una talla sobria, en la que se perciben los principios ascéticos de la devoción y la vida cartuja, como el silencio, la soledad y la austeridad. El santo viste el hábito de la comunidad, sobrio y holgado, de pesados pliegues que sugieren la dureza del tejido. Pero es en las manos y en la cabeza donde mejor se aprecia la maestría y el naturalismo que supo imprimirle este escultor, creador de la escuela sevillana de imaginería. La policromía de la piel es mate con el objetivo de lograr un resultado más natural. Su hábito blanco concuerda con la personalidad austera del representado y su orden, pero no siempre fue así: en sus inicios, era dorado. Tal es la perfección de las tallas de Martínez Montañés y la admiración que despertaba entre sus contemporáneos que llegó a conocerse como 'el dios de la madera'.

Inmaculada Concepción 'La Colosal', de Bartolomé Esteban Murillo

Sus grandes proporciones (4,32 por 2,92 metros) han otorgado su sobrenombre a este óleo sobre lienzo pintado por el sevillano Bartolomé Esteban Murillo hacia 1650. El Museo de Bellas Artes de Sevilla expone esta obra encargada al pintor por los franciscanos, grandes defensores de la devoción a la Inmaculada Concepción de María. Su destino: el arco frontal del nuevo crucero de la iglesia del convento de San Francisco de la ciudad, hoy desaparecido. Con esta representación de la Inmaculada, Murillo estableció un nuevo tipo iconográfico, en el que María aparece con túnica blanca y manto azul, en composiciones de gran dinamismo con un fondo dorado resplandeciente y una gloria de ángeles revoloteando alrededor. La Virgen dirige la mirada hacia abajo, acentuando la sensación de profundidad del espectador. El efecto de movilidad espacial característico del Barroco se consigue a través de dos diagonales: la que forma la luna con la nube y los ángeles y la del vuelo del manto. Sus enormes dimensiones se deben a la altura a la que el cuadro estuvo colocado (15 metros), por lo que Murillo creó una figura rotunda para que pudiera percibirse bien desde abajo.