Sevillanas a la moda: indumentaria femenina en el siglo XVIII
«La inclinación en las mujeres a adornarse y componerse ha sido de todos
tiempos, de todos países y de todas clases. Se adornan las que viven en las
cortes, en las ciudades, y hasta en las aldeas» - Amar y Borbón, Josefa: Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790)
El Archivo Histórico Provincial de Sevilla dedica el «Documento del mes» correspondiente a junio-agosto
a dar a conocer las tendencias de moda entre la población femenina de la Sevilla del siglo XVIII.
Los protocolos notariales constituyen una fuente esencial para su estudio, especialmente las cartas de dotes
e inventarios de bienes, que proporcionan gran información sobre las prendas utilizadas, los textiles y
ornamentaciones utilizados para su confección, así como su valor económico.
Surgida en Europa durante la Baja Edad Media, la moda es un fenómeno urbano, propio de un grupo
acomodado que desea distinguirse. La forma de vestirse, además de cubrir y proteger el cuerpo, refleja el
estatus social de su poseedora, así como la sociedad y época en la que vive.
Desde fines del siglo XVII y a lo largo de la siguiente centuria, el gusto francés, auspiciado por su corte,
marcó tendencia en toda Europa. La tipología del traje femenino como tal -frente al masculino- se remonta
a la Francia de Luis XIV, que adaptó para la vida civil una versión del uniforme de sus militares. Las última
moda procedente del país galo fue arraigando en el nuestro (durante el reinado de Felipe V se instauró con
carácter general el vestido francés), de modo que en Sevilla, en la primera década de la centuria, la
población acomodada y urbana ya vestía «a la francesa».
En el Siglo de las Luces las manifestaciones estéticas, fruto de una sociedad hedonista y refinada, se alejan
de la solemnidad barroca, evolucionando a formas más livianas inspiradas en la naturaleza. La nueva
tipología de indumentaria que, surgidas en Francia e Inglaterra, irrumpieron en nuestro país, resaltaban la
imagen más sensual de la mujer, marcando su silueta, con generosos escotes (en España podía cubrirse con
una especie de pañuelo de seda llamado «bobillo»).
Variando la calidad de los tejidos, color y ornamentaciones, según el gusto y la clase social de su poseedora,
a principios de siglo el vestido femenino comúnmente se componía por dos piezas (basquiña o saya -faldas-,
normalmente confeccionada a juego con las casaca -chaqueta-). También usaban el guardapiés o tapapiés, la
pieza más costosa, porque estaba confeccionada con seda, raso, encajes, guarniciones de plata, etc.; que era
una falda muy larga para evitar que los pies quedaran al descubierto, entendido entonces como algo
pecaminoso. Las faldas eran muy anchas, ahuecadas con el miriñaque, denominado tontillo en España.
El delantal era otra pieza de uso cotidiano del atuendo femenino, no sólo utilizada para las labores domésticas.
Para abrigarse, las sevillanas solían cubrirse durante todo el año con mantos o capotillos de distintos tejidos
según la estación.
En cuanto a los vestidos de una sola pieza, las damas nobles especialmente usaron la bata o traje «a la
francesa» (robe à la française), el más representativo de la moda francesa del Rococó. En tonos pastel,
estampados florales y muy ornamental, era un traje largo, con cola, abierto por delante y cerrado en la
cintura.
En la década de 1770 la moda cambió mucho, coexistiendo dos tendencias: en la corte los vestidos y
peinados se hicieron más exagerados (abundaban las grandes pelucas verticales o pouf) y por otra se tendió a
la sencillez, utilizándose cada vez más las telas de algodón. De este periodo es el traje «a la polonesa» (robe à
la polonaise), un vestido más simplificado, creación de la modista de María Antonieta, que conllevó el
acortamiento de las faldas, quedando el calzado y tobillos al descubierto, lo que le otorgó un mayor
protagonismo a las medias. Con las batas y polonesas, sobre las cabezas se estilaban los altos bonetillos de
tela con muchos adornos.
En la década de 1780 los franceses imitaron las modas inglesas, más sencillas y prácticas, y a través de ellos
llegaron a nuestro país. Surgieron los «vaqueros hechos a la inglesa» (robe à la anglaise), conocidos en España
simplemente como vaqueros.
A raíz de la Revolución Francesa (1789), se tendió a la antigüedad clásica (neoclasicismo). Las féminas
usaron el «vestido camisa», es decir, el traje entero suelto, de telas blanca y vaporosa (normalmente
muselina), con el talle bajo del pecho y mangas cortas. Para abrigarse, utilizaron jubones (chaquetas) y
chales. El vestuario iba combinado con zapatos planos o sandalias (hasta entonces había sido tendencia los
de tacón).
A finales del siglo XVIII, en las principales ciudades todas las españolas sin excepción comenzaron a
«uniformarse» para salir a la calle y a la Iglesia: encima de sus demás vestidos se ponían una basquiña o
falda negra y se cubrían con una mantilla, negra o blanca, la cabeza y los hombros. Es lo que los extranjeros
que visitaban nuestro país denominaban el «traje nacional español». Se lo quitaban al llegar a casa propia o
ajena, por lo que debían llevar debajo un guardapiés o tapapiés, si la tela era de algodón; o brial si era de
seda).
Anexo documental (12,9 MB)