Naufragios en el Guadalquivir

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El Archivo Histórico Provincial de Sevilla dedica el ‘Documento del Mes’ a un naufragio acaecido en febrero de 1763 junto al Puente de Barcas.


           El Archivo custodia el fondo de Escribanía de Marina de Sevilla, esta institución típicamente dieciochesca, tenía jurisdicción especial, la militar y en nuestro caso, además, marítima en pueblos y ciudades de su correspondiente departamento marítimo. La institución controlaba el cumplimiento de las ordenanzas sobre el uso del río, incluyendo los accidentes que pudieren ocurrir y la asunción de responsabilidades por parte de las personas implicadas que estuviesen matriculados, es decir, autorizados e inscritos para ejercer profesiones relacionados con el río y su navegación.


            Los escribanos, formando parte de todo este cuerpo jurídico especializado, actuarían en todas las causas del fuero de marina custodiando en sus dependencias todos los pleitos y causas y demás expedientes judiciales, junto con los protocolos notariales de su ramo especializado.


La Escribanía de Marina es una fuente historiográfica riquísima que suministra datos sobre el puerto de Sevilla, los conflictos de intereses de los comerciantes, la autoridad de Marina y las autoridades municipales, por el uso del río, de su pesca, de la venta de pescado, etc.


En lo que atañe directamente a nuestro ‘documento del mes’, a través de sus fondos se podrá profundizar en la conflictividad, violencia o peligrosidad del mundo marinero de la época, con una alta criminalidad, riesgos de accidentes y muerte por ahogamiento en el río.


A lo largo de la historia y hasta bien entrado el siglo XX, el río Guadalquivir ha experimentado frecuentes avenidas. Estos fenómenos fluviales eran tremendamente dañinos no sólo a nivel humano, sino también económico, debido a la pérdida de cosechas, derrumbe de casas, hundimiento de embarcaciones atracadas en ambas orillas y daños en las infraestructuras portuarias.


Pese a los intentos de mejora del cauce, como el proyecto ilustrado de D. Francisco Pizarro, en el s. XVIII se produjeron más de 19 avenidas, algunas de ellas particularmente graves como las de 1782, 1792 y 1796. El puente de barcas que unía Triana con Sevilla quedaba inutilizado temporalmente para el tráfico de personas y mercancías, lo que generaba un enorme inconveniente y obligaba a buscar otras alternativas bastante menos seguras para cruzar de una a otra orilla.

 

Detalle del puente de barcas. Vista desde el margen derecho del río Guadalquivir. Antoine Aveline. 1739-1760. Biblioteca Nacional de España

 

A principios de 1763 se produjo una de estas avenidas, y el puente de barcas quedó dañado hasta tal punto que tuvo que ser clausurado para el tráfico de personas y mercancías.


El mediodía del 3 de febrero se hundió una lancha que cruzaba desde Sevilla a Triana a la altura del Barranco de Triana.  Andrés de Bertodano, Ministro Principal de Marina, fue notificado y ordenó iniciar las pesquisas. La toma de declaración a testigos comenzó esa misma tarde.


El primero en declarar fue Juan González Bastero, de unos 30 años, vecino del corral ‘Trompeteros’ en la collación de San Nicolás, casado y empedrador de profesión. Dijo que ese mediodía embarcó en una lancha en compañía de los hermanos Juan y Antonio de Esquivel de la Parra, hijos de Manuel Lorenzo de Esquivel de la Parra, de oficio cortador; Esteban Pérez, llamado España; e Isidoro Romero y otra cinco personas más. En total, entre 15 y 17 personas. Aparte del pasaje, se embarcaron 16 o 17 pellejos con borras de aceite.


La lancha, que estaba gobernada por José Melero, había realizado ya varios viajes, e iba en dirección al Barranco de Triana. El peso de los pellejos fue lo que ocasionó el naufragio porque el agua llegaba a la borda. Según su testimonio, se ahogaron Juan de Esquivel, Esteban Pérez y dos niños. El resto de los remeros estaban refugiados en sagrado, incluido un tal Juan Canelo.


    Al día siguiente, 4 de febrero, se tomó declaración a Antonio de Esquivel, de 17 años, soltero y de oficio cortador. Antonio informó que fue a cruzar el río con su hermano Juan, Esteban Pérez y Juan González Bastero para volver a sus casas en Triana. La lancha en la que embarcaron iba cargada con 17 personas, 16 pellejos de borras de aceite y 5 tripulantes, entre ellos, un tal Canelo y José Melero, que comandaba la pequeña embarcación. La lancha naufragó debido al peso y aunque él se salvó, nadando hasta la orilla, su hermano Juan y otras 5 personas se ahogaron.


Otros de los pasajeros interrogados ese día fue Isidoro Moreno, 28 años, casado y también cortador. Iba en la misma lancha con sus amigos Juan Esquivel, Esteban Pérez y Juan Bastero además de los 16 pellejos de aceite. Tras el naufragio, logró salir nadando y sabía que se habían ahogado Juan Esquivel, Esteban Pérez y otras cuatro personas.


Por su declaración sabemos que la lancha pertenecía a una tartana propiedad de José Martínez y estaba comandada por Melero y parte de su tripulación.     

Grabado de una tartana, s. XIX

 

La tartana es una embarcación aparejada con una vela latina, tiene un palo perpendicular a la quilla en su centro, otro a popa donde con frecuencia montaba una mesanilla, y a proa un botalón para los foques. Fue muy utilizado en el puerto de Sevilla, así como en la navegación de cabotaje.

 

 

 

Además de las personas implicadas en el suceso, hubo también testigos presenciales como Miguel Mallea y Juan Díaz, el primero vecino de Triana y el segundo del barrio de la Cestería.


    Ambos aportaron datos interesantes como el hecho de que siembre se había prohibido expresamente ‘barquear’ en la zona, por un lado, debido a la gran cantidad de cabos que sirven de anclaje para el puente y, por otro, a la fuerte corriente que se producía en las inmediaciones. Las autoridades incluso había puesto el lugar bajo vigilancia de soldados.


Según estos dos testigos, la zona más segura para cruzar era la comprendida entre la Torre del Oro y la Casa de San Telmo.
Además, Juan Díaz identificó a otro de los tripulantes, un hombre tuerto llamado Isidro, vecino de La Carretería.

Por orden de Andrés de Bertodano, a partir del 6 de abril de 1763, los alguaciles de la Cárcel Real estuvieron buscando a Antonio Caro y Pedro de León, cortadores y vecinos de Triana, para tomarles declaración.


Finalmente, ambos fueron localizados el 20 de abril de 1763.  


Pedro de León, de 38 años, casado, vecino de la calle de Santo Domingo y cortador de carne de la tabla de la Inquisición. Relató que a primeros de febrero se subió a una lancha a las 11 para regresar a Triana. La lancha estaba patroneada por Melero, del resto del pasaje sólo conocía a dos hijos de Manuel de Esquivel. Estando cerca de Triana, un golpe de agua lo hizo caer, pero se refugió en una tartana próxima. De oídas supo que se habían ahogado varias personas, entre ellas, un hijo de Parra.
Ese mismo día también se tomó declaración a Antonio Pablo Caro, de 38 años, vecino de La Carretería y matriculado en la jurisdicción de marina. Afirmó que. a mediodía de un jueves a principios de febrero, a la altura de la Puerta de Triana, oyó decir que una lancha había zozobrado.


Se acercó al río por la mucha gente que había y vio que era la embarcación de José Martínez. En el Barranco de Triana, había pellejos flotando y gente nadando.
Poco después, camino de la Torre del Oro, se encontró con José Martínez que le preguntó por su lancha. Antonio Caro le dijo que la había visto irse a pique.


Supo que se habían ahogado varias personas. 

  • Aparición de la lancha

La mañana del 4 de febrero, en Coria del río, Luis Pérez notificó el hallazgo de una embarcación boca abajo al Subdelegado de Marina de esa villa, Benito Delgado Rodríguez y Turrillo. 
Tras su reconocimiento inicial, se encontraron 11 pellejos de aceite y dos marselleses pequeños. En una posterior inspección por parte de los peritos, Alonso Martínez, Sebastián de Herrera y Juan Velázquez de la Parra, se determinó que la lancha tenía 11’5 codos de eslora, 9 codos y 2 pulgadas de quilla, 3 codos y 6 pulgadas de manga, y 1 codo y 5 pulgadas de puntal. Estaba bien construida y era capaz de llevar una carga de hasta 80 quintales (3.680 kilos aprox.)


      A instancias del Subdelegado, todo quedó en depósito en la casa de Luis Pérez, e inmediatamente se informó de ello a Andrés Bertodano.

          El día 8 de febrero, Juan Moreno, Gabriel de Lara, Pedro Durán y Antonio Cecilio solicitaron a Andrés de Bertodano que interviniese para que el Subdelegado de Marina de Coria les devolvieran los 6 pellejos de aceite que habían aparecido en una lancha semihundida en Coria, y formaban parte de los otros 11 pellejos que iban en la lancha con destino a la almona de Triana. Habían pagado 10 reales por pasar los mismos. Esta súplica estaba apoyada por los testimonios de Cristóbal Carreza y Manuel García.


    A instancia de Benito Delgado, Luis Pérez devolvió los 11 pellejos a sus legítimos propietarios el 14 de febrero de 1763.
    Desde época almohade y hasta el s. XIX, existieron en Triana fábricas de jabón o almonas; concretamente, en la calle Castilla se encontraban las enormes Reales Almonas, en las que se producía el llamado ‘jabón blanco’ o ‘jabón de Castilla’, muy apreciado tanto dentro como fuera de España. Para la elaboración del jabón artesanal eran necesarias grandes cantidades de aceite que era transportado en pellejos curtidos.

  • Rescate de los cadáveres

    El Subdelegado de la Escribanía de Marina en Coria, informó el 12 de febrero de la aparición del cadáver de un varón de unos 30 años aunque no se pudo identificar debido al gran deterioro físico que presentaba.


    El cuerpo estaba vestido con una chamarreta encarnada abotonada, un chaleco de durancillo (tejido de lana originario de Inglaterra) con botones de nácar y piedras blancas, unos calzones y medias color café y zapatos de cordobán con hebilla.


    Tras un tiempo expuesto para ver si era reconocido, se le dio sepultura en el camposanto de Coria.

    El día 20 apareció un segundo cuerpo en Coria del Río, un varón de unos 19 años o 20 años y sin barba. Era Juan de Esquivel, de Sevilla y vecino de la collación de San Isidoro.  


    El atuendo de esta persona revelaba un mayor estatus social, ya que vestía una camisa, casaquilla de montar con botones de seda; un chaleco y calzones. Todas estas prendas estaban provistas de abotonaduras o adornos de filigrana de plata y oro, zapatos de cordobán con hebillas de plata y en su cuello, una cadena de plata con un relicario. Con un cuchillo se cortó todo lo que tenía valor, se inventarió y se puso en custodia.


La descripción del relicario es muy pormenorizado ‘…de cuatro dedos de largo, redondo, con dos puertas, en una la Virgen María y en la otra un Jesús, dentro había una lámina de cobre pintado con la Virgen de Guadalupe y San Francisco Javier a la manera de las Indias, una cruz pequeña de plata de Caravaca dentro de dicha caja’.
Esta descripción coincidía con la que había hecho el padre del difunto justo después del naufragio.


    Los hermanos de la Santísima Caridad llegaron con unas andas al muelle donde estaba el cadáver y llevaron al difunto hasta su parroquia. Se le cantó la vigilia y demás oficios de difuntos y fue enterrado en la bóveda de la Capilla de San Francisco.


La Hermandad de la Santa Caridad, fundada en Sevilla en el s. XV tenía, entre  otras funciones asistenciales, prestar auxilio durante las riadas, recoger los cadáveres que se encontraban en las orillas del río y darles cristiana sepultura. 


El 27 de febrero llegaron a Coria, Antonio de Esquivel y Isidro Romero para reconocer y hacerse cargos del cadáver y pertenencias de Juan de Esquivel. Dado que ya se había producido el sepelio se hicieron cargo de todos los gastos, desde la recogida del cadáver hasta su entierro. Ese mismo día, Luis Pérez encontró un tercer cuerpo a las 8 de la mañana. Lo ató y lo llevó al muelle. No pudo ser identificado.


          El 1 de marzo de 1763, Manuel Esquivel de la Parra y Manuela Ricardo, hijo y viuda respectivamente de Juan de Esquivel, solicitaron que se les devolvieran las alhajas de oro y plata que contenía en cuerpo del difunto para poder hacerse cargo de los gastos generados por el entierro del finado.
    El 9 de marzo, Andrés de Bertodano ordenó que se le entregasen las alhajas de oro y plata a Manuel Esquivel de la Parra y Manuela Ricardo, descontando de aquellas los gastos ocasionados.

  • Detención de los responsables

El día 5 de febrero, Andrés de Bertodano ordenó a los alguaciles de la cárcel real que tomasen preso a José Martínez, patrón de la tartana.
    La detención e ingreso en prisión de José Martínez se produjo dos días después, 7 de febrero. En su declaración, afirmó que el 2 de febrero, los miembros de su tripulación le ofrecieron participar en un negocio consistente en pasar gente de una banda a una del río. El sotopatrón José Martínez, alias Melero, Lucas Orduña, Isidro Antonio López, Juan Ortiz Canelo y un tal Juan, le pidieron la lancha de su tartana y se negó, pero insistieron tanto que tuvo que acceder.


    El mismo día del naufragio, supo que se había hundido por llevar mucha gente y estar, además, sobrecargada con pellejos de aceite. Suplicó que lo soltaran porque tenía pendiente un viaje al presidio de Ceuta para llevar harina y garbanzos, y de no hacerlo le supondría un gran perjuicio.

    A raíz de la declaración del patrón de la tartana, el 15 de febrero, las autoridades ordenaron también el ingreso en prisión y el embargo de todos los bienes de José Martínez, alias Melero; Lucas Orduña; Isidro Antonio López; Juan Ortiz Canelo; y a un tal Juan que vivía en la collación de San Bernardo.
    
El 29 de marzo, los alguaciles Gabriel Martínez de Herrera y Sebastián Pérez Mejía, en comunicación a Bertodano, dijeron que no habían podido localizar a José Martínez, alias Melero; Lucas Orduña; Isidro Antonio López; y a un tal Juan. No obstante, seguirían buscándolos.

  • Refugio en sagrado de dos de los implicados

El 16 de febrero, se descubrió que Juan Ortiz se habría refugiado en el Colegio de San Laureano. Previa autorización del Rector, se le tomó declaración y manifestó que junto con Melero, Isidro, Lucas y Juan usaron la lancha el 2 y el 3 de febrero para pasar gente.
Según su testimonio, en torno a las 12 del día 3, a mitad de camino, la gente se agolpó en una de las bordas, este hecho, junto con los 17 pellejos de 4 a 5 arrobas cada uno, hizo que la lancha naufragara y se ahogaran 5 personas.
Se estima que el peso de los 17 pellejos rondaría los 880 kilos actuales.

Tras más de dos meses desde el hundimiento, el 15 de abril de 1763, Andrés Bertodano supo que José Martínez, alias Melero, se hallaba refugiado en el convento de San José, perteneciente a la Orden de los Mercedarios Descalzos, y ordenó al abogado Diego Bazán de Otero que se le tomase declaración.


   José Martínez, alias Melero, dijo que era soltero, de 32 años, vecino de La Carretería y matriculado en la jurisdicción de marina. Junto con Canelo, Isidro López, Lucas y Juan le pidieron la lancha a José Martínez, patrón de la tartana. para ganarse algún dinero aquellos días y éste dio permiso a condición de recibir una parte.  
A las doce del mediodía, la lancha fue fletada por unos borreros para pasar ocho cargas de pellejos de aceite (con un peso total de 64 arrobas) para las almonas de Triana.


    Además, se subieron varios pasajeros, en total, borreros, tripulación y pasaje eran 15 o 16 personas, se las cuales sólo conocía a Pedro de León, un cortador de Triana.


    Cerca ya de la otra orilla, la gente se agrupó en una de las bandas de la lancha para pasar a una tartana que estaba anclada cerca, aunque se les advirtió que no debían hacerlo. La lancha zozobró y todos cayeron al agua salvo tres personas. Él escapó como pudo. Según su criterio, la lancha no iba sobrecargada, pues podía estibar hasta 90 fanegas de trigo.

  • Devolución de la lancha a su propietario

    El 18 de julio de 1763, en un memorial dirigido a Bertodano, José Martínez comunicó a Bertodano que había gastado más de 300 reales por tener la lancha embargada en Coria, y suplicaba que se la devolvieran.

    En el auto de 20 de julio, Bertodano ordenó que se mandase despacho a Coria para que le devolviera a José Martínez la referida lancha.

    El 23 de julio de 1763, Benito Delgado Rodríguez y Turrillo ordenó a Luis Pérez que se le devolviera a José Martínez la lancha. Un día después, el 24, José Martínez firmó el recibo de devolución.

 

Documento

Testimonio, incluido en Pleito Criminal (PDF 532 KB)

                                                                                                                                                                                                                                             

 

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